5 de enero de 2012

La luz de las catedrales

“En el silencio secular de la piedra, los constructores de catedrales inscribieron el eco de la Palabra perdida que sólo podrán escuchar los predestinados”

EL SECRETO DE LA CABALLERIA
Víctor Émile Michelet
El enorme crecimiento que experimentó la Iglesia Católica durante la Edad Media, supuso un aumento considerable de su área de influencia y su poderío económico. Esa misma solvencia monetaria fue el impulsó promotor de la construcción, en Europa y fuera de ella, de innumerables edificaciones dedicadas a la devoción y al culto.

Aprovechándose de ese efervescente ambiente, se alistan en ese proyecto constructivo unos peculiares individuos. Bajo la apariencia de dóciles sirvientes de la causa católica, se esconde un buen grupo de personajes, herederos de un saber milenario, que consiguen labrar en piedra, muy disimuladamente, toda una serie de conocimientos, que de haberlos interpretado quienes financiaban la operación, toda leña habría sido poca para las hogueras que hubiesen ardido.

San Bernardo, figura clave en todo esto y padre espiritual del Temple, consciente de que los Templarios tendrían su final cuando concluyese su momento, maneja los hilos de la función y aprovecha sus excelentes contactos dentro de la Iglesia, para conseguir que sus amigos los constructores, que se convertirían en los continuadores de todo ese saber caballeresco, dejen constancia de esos conocimientos en sus obras, en lo que se han venido a llamar los Libros de Piedra. Nos estamos refiriendo, claro está, a las Catedrales. Y nuestros protagonistas, los Maestros Constructores

De él, de Bernardo de Claraval, ya hablaremos más adelante, pues es ciertamente un personaje interesante.

Y libros eran, decíamos, puesto que habían de servir a quienes, en la oscuridad de la noche, acudían a recibir instrucción, lumbre en mano, de labios a oídos, de todo cuanto estaba reflejado en las imágenes esculpidas. Por el día, cantidad de peregrinos, comerciantes y gentes de la villa, paseaban bajo las naves y bóvedas, sin llegar a comprender todo cuanto ellas deseaban contar. 



Una empresa sin ánimo de lucro

Existe un período, del siglo XII al XIII, en la llamada Alta Edad Media, donde se construyeron la mayoría de edificios góticos que conocemos ahora. Pero aquí no estamos hablando de simples artesanos que, dejando sus talleres, se embarcaron en la construcción de catedrales. Aquí había gente muy competente. Maestros artesanos, en posesión de grandes conocimientos en su especialidad y siguiendo unas directrices muy bien estructuradas.

Teniendo como patrón a la Constelación de Virgo, numerosas edificaciones se levantaron en suelo francés siguiendo la disposición de estas estrellas. Y como no puede ser un mero accidente histórico, que la arquitectura gótica coincida en el tiempo, con la aparición en escena de los Caballeros Templarios, no queda más remedio que vincular a ambos. Y si, como sabemos, la motivación de esta Orden no residía en los triunfos militares, sino en los éxitos espirituales, mayor razón aun para defender la participación templaría en el proyecto catedralicio.

Al contrario que el pensamiento mayoritario, que consideraba a las culturas no cristianas, como bárbaras, el sentimiento caballeresco del Temple era conciliador y respetuoso con las tradiciones antiguas, sabedor de que todas provienen de un tronco común. Es por ello, que la catedral deviene una mezcolanza de sabiduría de diversos cultos del mundo.

Pero, en realidad, ¿de dónde podía haberse basado esa necesidad de aunar los esfuerzos material y espiritual, para levantar grandiosas construcciones como las catedrales? Aunque sabemos que los Templarios aprendieron, en Tierra Santa, los mismos secretos de la Arquitectura Sagrada con los que se construyeron antiguos monumentos en todo el mundo, algo de culpa parece tener también el gran gnóstico San Agustín, cuando expuso lo siguiente:

“El uso de las cosas temporales dice relación, en la ciudad terrenal, al logro de la paz terrenal, y en la ciudad celestial, al logro de la paz celestial”.

DE CIVITATE DEI
(La Ciudad de Dios)

Según San Agustín, existen dos ciudades: la terrenal, gobernada por criterios humanos, edificada por hombres, y por tanto, imperfecta, y la celestial, fábrica de Dios, armada con ladrillos de amor y maravillosamente perfecta. Pues bien, en estas ideas se capta el mensaje de las catedrales, pues aquí se quiso fusionar ambas ciudades. Por un lado es una “ciudad terrenal”, puesto que requiere esfuerzo humano en su construcción, pero también es “ciudad celestial”, porque tiene la virtud de elevar al hombre más allá de sus miserias, que no son pocas, y conducirlo hasta las más altas cotas de sus posibilidades espirituales. Allí, en la catedral, coinciden, como raras veces ocurre, las dos ciudades: la de los hombres y la de Dios.

Y para hacerse entender, las personas que crearon aquello utilizan la más elevada expresión del genio humano: el Arte. Que nos incita a abrir aquellos ojos que no están en la cara. Que nos incita a sentir en el corazón que cosa es la belleza, la ética y la armonía.

Para levantar semejante obra maestra del arte humano, era necesario hallar primero el lugar idóneo. A ello se dedicaron, ya en tiempos de los celtas, los zahoríes. 

El mapa del Cielo en la Tierra

Estas personas, los zahoríes, dotados de una especial sensibilidad y armados con sencillos instrumentos, eran capaces de encontrar esos lugares que ahora conocemos como puntos telúricos, donde Dios nos lo pone más fácil para que sintamos su presencia. Durante dos mil años, dólmenes, menhíres y cromlechs, apuntalaron esos lugares santos, donde el nwyvre, como ellos denominaban a la energía telúrica, estaba más presente. Y a pesar de que fueron destruidos en su forma, de modo consciente o inconsciente, otras culturas reocuparon esos lugares alimentados por esas energías de la Naturaleza. Por eso, donde ahora hay una catedral, que no nos extrañe que antaño existiese un santuario de culto pagano a Dios Madre, a Nôtre Dame.  

No es nada nuevo esto que decimos. Las catedrales se construyeron reutilizando estratégicos puntos de poder, que ejercen unos determinados efectos sobre el medio ambiente que lo circunda, incluido el ser humano. Esto ya lo sabían los druidas celtas y también los sacerdotes egipcios.

"Todas las catedrales son de Nuestra Señora. Para los iniciados de todos los templos, estas magníficas iglesias perpetúan en un modo disimulado el culto a la Gran Diosa. Estos templos servirán para ensamblar un saber escondido con astucia en la arquitectura y en las medidas del monumento”.

LAS VENAS DE LA TIERRA
Guy Tarade 

En resumidas cuentas, que el edificio catedralicio aprovecha la energía telúrica de la Madre Tierra, la canaliza de un modo muy concreto gracias a la geometría de sus dimensiones y la proyecta hacia el peregrino que se decide a traspasar sus puertas. Convertida ahora en simbólica montaña, la catedral mantiene la misma intención ritualística que las antiguas cuevas sagradas. Y de la misma forma que existían, en esas cuevas, lugares apartados y oscuros, destinados a las prácticas más secretas, la catedral también tiene su zona reservada a los estudiantes más aventajados. Ese lugar se llama Cripta.

“Lux in tenebris lucem”
(La Luz en las tinieblas resplandece) 

Allí, en ese lugar, se separa la luz de las tinieblas. Es la bajada que el iniciado tiene que realizar a sus mundos infiernos. Es el primer trabajo que debe realizar. Allí, en las criptas, encontramos las vírgenes negras indicándonos esto que acabamos de mencionar. El estado psicológico de toda persona que comienza a trabajar sobre sí misma está representado por el plomo, que es un metal denso, pesado y de color negruzco. De ese modo se representan también sus energías creadoras. Se dice entonces que debe cortarse la cabeza del cuervo con el fuego de la espada. El cuervo negro como símbolo de la primera fase de la Obra, ha de eliminar los cadáveres del ego. Cuando Noé, en el Arca, quiere averiguar el estado de las aguas, suelta en primer lugar un cuervo que no regresa porque tiene cadáveres que devorar. Este será el primer trabajo alquímico hasta que la Paloma del Espíritu vuelva al Arca con la ramita de olivo en su pico.

Arquitectura para el Alma

Ante todo, debemos romper con el concepto de iglesias controladas exclusivamente por el clero. El proyecto gótico no estaba dirigido por la Iglesia Católica, aunque fuera ella quien la financiaba de sus arcas privadas. La catedral no era un proyecto que se limitaba al devoto, sino también al pagano, muy vinculado a la tierra, y por eso, más predispuesto a captar las sutilezas que esconden sus sagradas paredes.

No era una simple tarea constructiva la que movía a todas aquellas legiones de artesanos, cuando se sabe que ocultaban con mucho cuidado todo el proceso de elaboración de su obra, que la mayoría de las veces quedaba como anónima. O casi, puesto que dejaban grabadas extrañas marcas de cantero que difícilmente iban a poder interpretar quienes no las conocieran.
Cada cuadrilla estaba formada, además del Maestro Constructor, por los maestros albañiles (maçons), junto a orfebres, pintores, vidrieros, alquimistas, y en última instancia, por los peones y aprendices. 

Se reunían de noche en logias o hermandades, con reglamentos internos y rituales de recepción e iniciación de aprendices. Allí se transmitía el conocimiento secreto sobre el arte y la ciencia de la construcción, que comprendía aspectos materiales, intelectuales y místicos. Ese trabajo estaba íntimamente relacionado con el trabajo interior que opera sobre la parte espiritual del hombre.

El cantero medieval es un hombre a quien se instruye en una verdad simple: la piedra es materia inerte, pero puede cobrar vida y se puede aprovechar todo su potencial energético. Dice la Tradición: “De la Piedra se debe extraer el Donum Dei, el Fuego del Espíritu Santo.” Golpear la piedra e irla trabajando con mimo, es una especie de letanía, una oración del cantero hacia el Gran Arquitecto del Universo. De hecho, se sabe que cada piedra era debidamente bendecida antes de ser colocada en la catedral. Una hermosa oración anónima, datada en el siglo XII, dice así:

         “Enséñame, Gran Arquitecto del Universo,
         a bien usar para trabajar el tiempo que me das
         y a bien emplearlo sin perder nada de él.
         Enséñame a beneficiarme con mis errores pasados
         sin caer en el escrúpulo que corroe.
         Enséñame a prever el plan sin atormentarme,
         a imaginar la obra sin desolarme,
si ella surge luego de otro modo.

Enséñame a unir la prisa y la lentitud,
         la serenidad y el fervor,
         el celo y la paz.
         Ayúdame en el comienzo de la obra,
         momento en que soy más débil.
         Ayúdame en el corazón de la labor,
         a mantener ajustado el hilo de la atención.
         Y, por sobre todo, llena Tú mismo los vacíos de mi obra.

Gran Arquitecto del Universo,
en toda la labor de mis manos,
deja una gracia de Ti para hablar a los otros,
y un defecto mío para hablarme a mí mismo.
Conserva en mí la esperanza de la perfección,
sin la cual perdería mi ánimo.
Consérvame en la impotencia de la perfección,
sin la cual me perdería en el orgullo.

Purifica mi mirada.
Cuando lo hago mal no es seguro que esté mal,
y cuando lo hago bien no es seguro que esté bien.
Gran Arquitecto del Universo.
enséñame a orar con mis manos,
con mis brazos y todas mis fuerzas.

Recuérdame,
que la obra de mis manos te pertenece,
y que me pertenece el devolvértela como ofrenda.
Si yo obro por amor del beneficio,
como un fruto olvidado me pudriré en el otoño.
Si yo obro para complacer a otros,
como la flor de la hierba me marchitaré en la tarde.
Pero si obro por amor al bien,
en el Bien permaneceré.
Y el tiempo de hacerlo bien
y a tu Gloria ya está aquí. Amén.”

Como ya se ha señalado, ese artesano medieval, no tiene nombre, pues no lo necesita. Él sabe que el mérito de lo que hace no es suyo sino de Aquel que guía sus manos, y que le indica dónde y con qué intensidad golpear con su cincel.

“Los artistas y constructores tenían una visión límpida de la divinidad, muy cerca de aquella cita: “Dejad que los niños se acerquen a mí”, porque realmente se sentían muy cerca del Creador. Y plasmaron en sus construcciones la belleza y la armonía del espíritu sosegado.”

LUCES EN LA CATEDRAL
Bartolomé Bioque 

Los cofrades formaban una escuela hermética cuyos conocimientos nunca salían de ese reducido grupo, llamándose entre ellos Compañeros Constructores. Sólo cuando se asistía a los gremios y en unión con otras cuadrillas, se intercambiaban experiencias y enseñanzas.

La Masonería recogería elementos, como las herramientas y algunas indumentarias, de los gremios de constructores. Sus centros se llamarían Logias por ser lugares donde se transmite la Sabiduría, el Verbo del Logos. También recogería elementos de los Misterios Egipcios, de la misma forma que ya hicieron los primitivos cristianos al reutilizar esos ritos bajo las vestimentas del cristianismo copto.

Un detalle interesante. Sobre la calidad de las vidrieras, está más que aceptada la incapacidad de reproducir hoy en día tal pureza de colores. ¿Podía entonces un simple artesano lograr semejante maravilla? Estamos seguros de que no. Y más, sabiendo la extraordinaria capacidad de esos vitrales, de tamizar la luz que penetra en la catedral, de tal forma, que ni el Sol más radiante consigue que haya en el interior más luminosidad de la debida, ni tampoco el día más nublado hace que se quede en tinieblas. Es como si todo estuviese calculado, y de hecho lo está, para mantener un ambiente de ensoñación. Esa ensoñación que tan importante es en la Meditación.

Nos explica Fulcanelli en “Las Moradas Filosófales”, que ya en el Antiguo Egipto, las ciencias y las artes industriales, todas vinculadas con la mística, se aplicaban de un modo organizado. El personal implicado en esas artes, trabajaba en el interior de los templos y formaba parte de la casta sacerdotal. Ellos eran conscientes de que esos conocimientos, en manos de gente no preparada, era un despropósito. Debía ponerse pues, extremo cuidado en preservar intacta toda esa sabiduría y los secretos que escondían, para hacerla perdurar en el tiempo, depositándola exclusivamente en aquellas almas cuya pureza fuera digna de tal merecimiento.

En la transmisión de los conocimientos espirituales que tenía lugar en la antigüedad, se cuidaba mucho de no decir más de lo que se debía. Llegado el momento en que se necesitó hacer partícipes de algo tan valioso, al mayor número posible de personas, fue de una tremenda responsabilidad medir el momento y la manera en que se diría lo que se tuviera que decir. Porque ello entrañaba un evidente peligro. La medicina espiritual que allí se iba a recetar, debía administrarse con sumo cuidado, no fuera a ser que produjera el efecto contrario. Y el administrador de este medicamento, sería la propia persona, pues no todas las almas iban a necesitar de la misma dosis. Y lo hicieron magníficamente bien al camuflar tras los símbolos y esculturas, todo un extraordinario legado espiritual, que pasaba desapercibido para la mayoría.

Es por eso, que la catedral contiene dos niveles de lectura o interpretación de cada uno de sus símbolos. El primero, denominado exotérico, comprende un significado que, más o menos, todo el mundo es capaz de comprender, pues se basa en las Sagradas Escrituras. El segundo nivel, esotérico, mucho más profundo y complejo que el anterior, se refiere a cuestiones íntimas del ser humano, extraídas de diversas enseñanzas espirituales del mundo. Pero claro, sólo la persona familiarizada con ese tipo de conocimientos era capaz de interpretarlo.

Esto lo entendemos mejor al descifrar la palabra Arte Gótico.

Como nos dice Fulcanelli, la deformación ortográfica de argótic, está formada por art ghot, o lo que es lo mismo: argot. Para quien no lo sepa, el argot se refiere a las palabras de carácter técnico que utiliza un grupo humano que desarrolla unas mismas habilidades, de las que no participan la mayoría de personas. También tiene su relación con los argonautas griegos, que capitaneados por Jasón, emprenden a bordo de la nave Argos, la búsqueda del Vellocino de Oro.

La cuestión es, que en la catedral, se halla impreso un lenguaje argótico, que necesitará conocerse para poder interpretar sus símbolos. Aquel que atesoraba conocimientos herméticos, alquímicos y cabalísticos, era un buen candidato a ir desvelando los misterios que encierran sus paredes. Para Fulcanelli, la secuencia que le lleva a pensar que la catedral encierra un lenguaje oculto en su arquitectura y su arte sacro, es la siguiente:

Argos  Argonautas  Argot  Argótico  Gótico

Para los críticos de arte, el gótico fue, durante mucho tiempo, considerado un estilo de bárbaros. Quizás por ello, fue que Víctor Hugo, consciente de la verdadera valía del edificio, construye la hermosa historia del jorobado Quasimodo y la gitana Esmeralda, en su novela “Nuestra Señora de París”. El campanero de Nôtre-Dame, deforme en lo físico, abriga en su interior un corazón tan noble y capaz de amar tanto y de forma tan pura, que es el mejor modelo de lo que oculta la catedral. Ajena a los ojos de quienes se detienen en las formas, la catedral, el monstruoso Quasimodo, esconde un corazón capaz de transformar el alma de las personas.

¿Que cada gremio de artesanos, los argotiers, sellaba su obra a través de ese lenguaje secreto, sólo oculto para quien no lo conoce? Vale. Hasta aquí todo bien. Pero, ¿y los demás? ¿Para qué construir algo que el público no va a poder comprender? Si uno de los objetivos es hacer más “accesibles” los secretos de la Gran Obra, ¿de qué sirve eso si no los pueden entender? En una sociedad mayoritariamente analfabeta, ¿cómo esperar que interpreten tan elevados conocimientos? Ahí está la cosa.

Encerrado en las bibliotecas de los monasterios, todo el saber que permitía al ser humano emanciparse espiritualmente, había quedado en manos de unos pocos privilegiados que no sabían valorar lo que tenían entre las manos. Por eso, uno de los cometidos de la catedral era acercar lo trascendente a la gente de la calle. Personas que no sabían leer, ni escribir, iban a poder, a través del lenguaje simbólico e intuitivo, percibir mucho más que los encorvados frailes en sus scriptorium.

La arquitectura gótica no es una evolución del estilo románico. Mientras que este último mostraba con su gran iconografía y elementos mitológicos, una manera sintetizada de transmitir y enseñar a través de las imágenes, las catedrales conducen a la interiorización y al recogimiento, más que cualquier otra cosa. El arco ojival y la bóveda de crucería, como característica del gótico, indican la existencia de unas hábiles manos, conocedoras de secretos que podemos rastrear en tierras de Oriente, en concreto, en el Templo de Jerusalén.

Y da la casualidad de que allí es donde estuvieron los Templarios en busca de quién sabe qué cosas, pero que obviamente influyeron en las catedrales. ¿Qué cosa trajeron consigo? ¿Tesoros? ¿Conocimientos? No hay más que observar la cantidad de iglesias de planta octogonal (8 lados), edificadas por ellos, imitando a la Qubbat-al-Sakkra o Cúpula de la Roca, para darse cuenta de que alguna cosa aprendieron en Tierra Santa que les hizo renovar la arquitectura medieval.

“Una cruz de ocho puntas denominada “Cruz de las Ocho Beatitudes” o Bienaventuranzas, incluida en un polígono, producirá un octógono, el símbolo gráfico que servirá de base para el trazado de las plantas de los edificios templarios, una especie de mandala o dibujo sagrado de esencia mágica dedicada a la Virgen Madre. Ocho lados y un centro, arquetipo que identificará a la Orden durante más de 200 años.

Recordemos que “Nueve” meses permanece el feto dentro del vientre materno y “Nueve” edades son necesarias para gestarse el futuro Maestro. Ocho más Uno, igual a Nueve. El Ocho, por su figura, tiene relación con las dos serpientes enlazadas del caduceo (equilibrio de fuerzas antagónicas, el Eterno Movimiento de la espiral de los cielos, la galaxia).

Por su sentido de regeneración fue en la Edad Media el número emblemático de las aguas bautismales. Además, corresponde, en la mística cosmogónica medieval, al cielo de las estrellas fijas, que simboliza la superación de los influjos planetarios”

Rafael Vargas
                             
“En la Novena Esfera o Noveno Estrato de la Tierra, en el centro de la Tierra, en el corazón mismo de la Tierra se halla resplandeciente el signo del Infinito. Este signo tiene la forma de un Ocho. El signo del Infinito es el Santo Ocho. En este signo se hallan representados el Corazón, Cerebro y Sexo del Genio de la Tierra. El nombre secreto de este Genio es CHANGAM. Es obvio que todas las fuerzas giran sobre la base del Santo Ocho, en los seres humanos”.

 Samael Aun Weor

“Para el alquimista medieval, el número Ocho es el Mercurio de los filósofos, la “Materia Prima” que se trabaja con infinita paciencia, hasta quedar fecundada por el Azufre o fuego espiritual. Pero los gnósticos, hablando develadamente, dicen: “He allí el Esperma que fecundado por el Amor-Sexual, se transmuta en la Novena Esfera, el Sexo”.

“La Cábala dice que el “Arcano 8” es el Juicio, el número de Job, pruebas y dolores para el peregrino que anhela ser salvado por su Estrella Interior”.

                                                                                     Rafael Vargas

Al igual que sucede con la enseñanza gnóstica, dentro de la catedral están unidos los cuatro pilares del Conocimiento. Allí están la Tradición (Filosofía y Religión), la Ciencia y el Arte. Y de la misma forma que la doctrina gnóstica persigue que el conocimiento advenga por revelación, convirtiéndose en auto-gnosis, así sucede al unir un recinto donde la energía telúrica del lugar, unido a las proporciones áureas de la obra, junto a la propia arquitectura y la decoración, consiguen crear un estado de predisposición ideal para percibir destellos intuitivos que van abriendo al peregrino a otras dimensiones que no conocía.

Al no limitarse en su simbología a una creencia en concreto, sino que sus relieves igual hacían alusión a iconos egipcios, hebreos, celtas, grecolatinos, e incluso orientales, esto era garantía de que allí acudiría en masa todo el vecindario. Nadie se sentiría incómodo ante tanta cruz, estrella, esvástica, o cualquier otro símbolo.

¿Que la catedral era para todos, indiferentemente de la religión que se profese? Así es. Allí hacen asambleas vecinales, mercados, reuniones políticas, reciben clases, se atienden a los enfermos, etc.

“Es asilo inviolable de los perseguidos y sepulcro de los difuntos ilustres. Es la ciudad dentro de la ciudad, el núcleo intelectual y moral de la colectividad, el corazón de la actividad pública, la apoteosis del pensamiento, del saber y del arte”.

EL MISTERIO DE LAS CATEDRALES
Fulcanelli

 En definitiva, que era el centro cultural por excelencia, donde la Gnosis estaba presente para que absolutamente todos pudieran leerla, entenderla, oírla, sentirla, olerla… Puede que traspasaran los umbrales de la catedral para asistir a un mercado, a un negocio o a una fiesta pagana. Poco importaba. El caso es que entraban. Que era justo lo que se pretendía. Todo lo demás quedaba en manos de esas energías cósmicas y telúricas, que gracias a las exquisitas proporciones y a la gracia divina, alcanzaban al visitante haciéndole sentir, haciéndole callar y haciéndole captar aunque él no supiera el que.

“Si venimos a este edificio para asistir a los oficios divinos, si penetramos en él siguiendo los entierros o formando parte del alegre cortejo de las fiestas sonadas, también nos apretujamos en él en otras muchas y distintas circunstancias. Allí se celebran asambleas políticas bajo la presidencia del obispo; allí se discute el precio del grano y del ganado; los tejedores establecen allí la cotización de sus paños; y allí acudimos a buscar consuelo, a pedir consejo, implorar perdón. Y apenas si hay corporación que no haga bendecir allí la obra maestra del nuevo compañero y que no se reúna allí, una vez al año, bajo la protección de su santo patrón”.

EL MISTERIO DE LAS CATEDRALES

Muy acertadamente lo expresó también J. F. Colfs, citado por Fulcanelli, al decir que:

“La lengua de piedras que habla este arte nuevo es a la vez clara y sublime. Por esto, habla al alma de los más humildes como a la de los más cultos. ¡Qué lengua tan patética es el gótico de piedras! Una lengua tan patética, en efecto, que los cantos de un Orlando de Lasso o de un Palestrina, las obras para órgano de un Haëndel o de un Frescobaldi, la orquestación de un Beethoven o de un Cherubini, o, lo que es todavía más grande, el sencillo y severo canto gregoriano, no hacen sino aumentar las emociones que la catedral nos produce por sí sola. ¡Ay de aquellos que no admiran la arquitectura gótica, o, al menos, compadezcámosles como a unos desheredados del corazón!”

Una celebración simbólica

La Fiesta de los Locos o Fête des Fous, tenía lugar el 28 de Diciembre. El día de los Santos Inocentes. En ella se satirizaba al clero. Cosa que divertía mucho al pueblo llano, hastiado del abuso de poder ejercido por los prelados, que asfixiaban, con el pago de diezmos, a los sufridos campesinos, mientras ellos nadaban en riquezas y excesos.

En esta celebración se escenificaba el “Triunfo de Baco”, donde un carro era arrastrado por una pareja de centauros, macho y hembra, completamente desnudos y acompañados por el Dios Pan. Con ellos, aparte de un Papa Bufón, todo un cortejo de dioses paganos ebrios de vino y erotismo, con el Rey de los Locos a la cabeza, daban su propia misa en la catedral. Durante la procesión que tenía lugar, portaban bastones, cetros y objetos con forma fálica. Ya en la misa, las excentricidades y los comportamientos obscenos se iban sucediendo, mientras el sacerdote era humillado sin ningún tipo de consideración.

A nuestro entender, por lo que insinúa Fulcanelli en el “Misterio de las Catedrales”, el Loco reivindica que su locura es el estado más cercano a la Sabiduría. Es aquel que se rebela ante la falsa Ciencia y anhela, por encima de todo, desprenderse del mundo de las apariencias y actuar de acuerdo a su propia ética, que no es otra que la del Ser. Es, por tanto, alguien que desea desechar la burlona máscara de la personalidad y despertar Conciencia. Debido a que sabe cosas que los demás desconocen, se convierte en alguien que camina por la vida de diferente manera que el resto. Es un Loco. Es el Eremita del Tarot.

Es curioso observar algunas reminiscencias de esta celebración aun en nuestros días. Un ejemplo es el de las localidades valencianas de Ibi y Jalance, donde el día de los Santos Inocentes se celebra la fiesta “dels enfarinats”, donde el Alcalde de los Locos ordena sembrar el caos en las calles durante ese día y hace ensuciar con harina a todos aquellos que incumplan las leyes de los locos.

La Armonía de las Proporciones

Quien penetra en la catedral lo hace invadido por una gran tranquilidad, una tendencia a la interiorización, que nos recuerda que la meditación no es algo exclusivo de Oriente. Las matemáticas sagradas se encargan de que las formas de toda la edificación, hagan incidir sobre el afortunado visitante las fuerzas sutiles que impactarán sobre su Conciencia, desperezándola y mostrándole aunque sólo sea por unos minutos, parte de la grandeza del mundo del Espíritu. La persona se convierte de hecho en un eje entre lo de arriba y lo de abajo. Entre las Estrellas y la Tierra.

A partir de que entremos por la puerta, todo un universo de símbolos se halla ante nosotros sólo descifrable para aquellos que “tienen ojos para ver y oídos para oír”.

En el terreno de la inspiración y la intuición, de poco sirve darle trabajo a la sesera. Allí donde la razón se siente impotente, corresponde al corazón (con-razón), captar y comprender lo que se nos está indicando. Gracias a la contemplación y la meditación con los símbolos allí expuestos, puede llegar a conectarse con el mensaje que pretendió transmitir el artista que lo esculpió.

“No hay la menor duda que catedrales, iglesias, santuarios, pirámides, etc., son libros de piedra, una simbólica representación de la anatomía oculta de alguien que ha realizado la Gran Obra, un modelo perfecto de lo que Nuestra Señora puede crear dentro de cada uno de nos. Todo auténtico Maestro Templario es, por lo tanto, un hijo de la Virgen Madre”.


                                                                                       Rafael Vargas 

Es posible que el visitante que haya visto alguno, se pregunte que pinta un laberinto en el enlosado de una catedral. ¿Quién lo puso ahí? ¿Para qué? Hemos de decir a este respecto, que aunque muchos ya han desaparecido, lo cierto es que existían en varios edificios, sobre todo en Francia, como Sens, Reims, Amiens o Chartres, entre otros. La pregunta es, ¿qué significa?

Una de las interpretaciones, puesto que hay varias, es que allí no es lugar para teorías, conceptos y especulaciones, sino para las sutilezas que un corazón bien educado nos va comunicando. Pero dado que muy poca gente sabe escuchar a su músculo cardíaco, se entretienen toda su vida en el laberinto de la mente, dando vueltas y más vueltas a las cosas, sin tener nunca la certeza de nada.

La superación de la prueba del laberinto lleva al peregrino desde el exterior al interior, de lo profano a lo sagrado, donde el tiempo y el espacio se reúnen en otra dimensión. La conexión del laberinto con la cueva sagrada es otro de su aspecto simbólico, ya que la cueva representa las tinieblas de la tierra. Es el vientre del monstruo que se traga al hombre y lo priva de la luz. Más tarde lo arroja de sus entrañas y sale de nuevo a la luz como un hombre renacido. Así nace el Cristo, que nace siendo niño para convertirse en Hombre.

Es la serenidad uno de los principales requisitos psicológicos para andar el camino. Es el equilibrio entre lo horizontal y lo vertical. En la catedral, es la clave de bóveda la que nos recuerda, arquitectónicamente, este aspecto. Ella, la clave, soporta las fuerzas y las tensiones del arco, equilibrando las fuerzas y absorbiendo, con los contrafuertes, los empujes de la bóveda. Una parte del arco, la fuerza positiva, empuja en un sentido, mientras que la otra, la fuerza negativa, lo hace en sentido contrario. En medio de ellas, la clave de bóveda mantiene el equilibrio dinámico de las dos fuerzas. Resistir las pruebas de la vida sin alterarse; soportar los embates del ego sin perder el recuerdo del Ser; no dejarse arrastrar ni por euforias excesivas ni por desánimos; eso es la serenidad. El laberinto sólo puede ser recorrido con el hilo de Ariadna. Es cierto. Pero sin serenidad, el fracaso está asegurado.

La moderna Geobiología también ha venido a dar la razón a los constructores de laberintos. En su centro exacto se sitúa un punto telúrico de primer orden. ¿Comprendemos ahora porque lo importante era entrar en la catedral? Aunque la persona acuda como simple turista, paseándose por allí sin esperar nada en absoluto, la maquinaria del Bosque de Piedra actúa sobre ella. Y es la luz de las vidrieras la que nos recuerda que algo luminoso hay allí dentro.

Donde ahora los modernos aparatos de medición de la Radiestesia, hallarían diversas corrientes de energía circulando a ras de nuestros pies, se clavaron las estacas de madera que marcarían toda la edificación posterior. Zahoríes de épocas antiguas, a través de sus sensaciones o mediante sencillos instrumentos de medición, dejaron claro que en esos lugares era más fácil hablar con Dios que en ninguna otra parte. Pues se sabe que en función de cómo esas energías incidan sobre nuestro organismo, se pueden llegar a sentir desde nerviosismo o mareos si es muy baja su intensidad, hasta ciertos estados de Conciencia si tienen la fuerza suficiente.

En otras palabras, que la catedral habla a cada cual de una manera diferente, y así es como debe ser, sobre todo porque no siempre se tiene el corazón lo suficientemente entrenado para percibir según qué cosas. La Tierra produce expansiones energéticas, corrientes telúricas, y la finalidad de la catedral es propiciar el despertar psico-espiritual o la iluminación del Templo Interior. 

Si las viejas abadías se caracterizaron por su austeridad y luminosidad blanca, tal vez no fuera por falta de habilidades, sino sencillamente porque el buscador ya sabía que cosa debía buscar. En cambio, en la catedral entraba todo el mundo y el buscador no solo no sabía lo que buscaba, sino que ni siquiera se sabía buscador. Había que darle pistas. Atraerle al cebo divino para que él mismo se diera cuenta de la realidad. Y es maravilloso llegar a comprender que aquello que pretendían decirnos quienes construyeron estas obras, sigue siendo tan válido como lo era entonces. La pena está, en que los de ahora, no damos la talla suficiente para profundizar en esos misterios, ya que nuestro escepticismo y materialismo ha llegado ya a niveles peligrosos.

Entendamos que en pleno oscurantismo medieval, que no fue tan oscuro como se nos quiere hacer ver, el Arte Divino, Art God en inglés, dejó su huella en estos edificios, oculto a la vista de la Santa Inquisición. Por no poder escribir libros que pudiesen caer en manos equivocadas, se optó por escribir en piedra y transmitir las enseñanzas de una forma oral y secreta. Por impactante que pueda ser la grandiosidad y belleza que transmiten estos monumentos, no son nada comparado al mensaje que contienen. Pero eso debe descubrirlo cada cual.

El Secreto de las Catedrales

Considerando lo que hemos venido comentando hasta ahora, habría que cuestionarse porqué tanto empeño en dedicar a Nôtre Dame, la inmensa mayoría de construcciones góticas.

Son numerosas las estatuas de la diosa Isis, que fueron enterradas junto a la piedra angular de la catedral. Es Nôtre Dame de Sous Terre, Nuestra Señora de Bajo Tierra.

Como continuadores de las tradiciones de Oriente que otorgaban al aspecto femenino una gran importancia, los Templarios, que bebieron de esa fuente de sabiduría mientras estuvieron en la Mezquita de Al-Aqsa, revelaron a los compañeros constructores la manera de plasmar en piedra tan vital conocimiento. Y allí donde ahora vemos a la Virgen María, hubo otra divinidad femenina anterior, Astarté, Brigit, Cibeles, Venus, no importa el nombre que tuviera, a la cual se ofrecía culto antes de que la catedral fuese siquiera un proyecto en la mente de alguien. Pero claro, este mensaje, tan difícil de comprender cuando se tiende a masculinizar a Dios, había que revelarlo con mucho tacto. Y así lo hicieron.

Es desconcertante para quien no las conoce, encontrarse con las vírgenes negras que tanto abundaban en estos edificios. La explicación, como siempre, no la debemos hallar en nuestro cerebro sino allí donde ya sabemos. Indudablemente que los Templarios y los Maestros Constructores, influidos por la mística de San Bernardo, eran fervientes seguidores de la Diosa. El papel tan importante que desempeñó la mujer en el mensaje de Jesús de Nazaret, y que tanto empeño puso la Iglesia en ocultar, fue para estos caballeros la piedra de fundación de sus creencias y ritos.

Como transición necesaria del Politeísmo al Monoteísmo, se fue desplazando el protagonismo de lo femenino, para situar allí a lo masculino. Nuestros antepasados vivían una espiritualidad sencilla y natural. Tenían divinidades prácticamente de todas las actividades que ellos hacían. Había diosas del hogar, de la fertilidad, del matrimonio, de la lluvia, del viento, de la tierra, del fuego... Pero en esencia, todo formaba parte de una misma cosa. Y lo sabían y así lo vivían. Para ellos, la divinidad era más accesible y real, puesto que la veían reflejada en cada árbol, planta, animal o piedra. Y se incluían a ellos mismos en todo eso. En cambio, la tendencia al monoteísmo, es decir, a creer en un solo Dios, más que en varias Diosas, conllevó el alejamiento de esa sencillez cotidiana que tenía su espiritualidad.

Ahora bien, hubo sectores de estas sociedades, que prefirieron sabiamente mantener ambas tendencias. Como en el Antiguo Egipto, donde el politeísmo correspondía a la gente normal, de la calle. Mientras que un monoteísmo politeísta era practicado por los sacerdotes-iniciados.

Pues bien, el culto a la Diosa Madre es condición indispensable, para lograr ese acercamiento a Dios. ¿Con quien logramos ese sentimiento de protección y cariño, sino es de la Madre? ¿Y porque habría de ser diferente en el mundo espiritual? Lo interesante está en que nuestros amigos los constructores dejaron, entre otros lugares, un Camino de Santiago plagado de vírgenes, unas blancas y otras negras. Pero, ¿por qué negras?

“Para los ciegos soy de color negro”
ANTIGUO TEXTO GNÓSTICO

El negro es el color que contiene y del cual surgen todos los demás. Por tanto, es un color en estado incipiente, aun sin desarrollar. Es el color del comienzo. La virgen negra indica que nuestro acercamiento a ese Eterno Femenino, se halla en sus primeros comienzos. Y será andando ese camino que conduce a Santiago, el simbólico patrón de quienes peregrinan hacia sí mismos, como iremos blanqueando nuestra Madre Divina, haciéndola más presente dentro de nosotros y dejando que nos ayude a no perdernos en el trayecto.

“La Madre Divina Kundalini, antes de ser fecundada, es la Virgen negra que está debajo de los sótanos de todos los monasterios antiguos. Y que se le honra con velas, con veladores de color verde, con la esperanza que algún día despierte el León Verde, el Fuego en estado residual. Pero ya fecundada por el Logos entonces es la Divina Madre, la Divina Concepción con el niño en sus brazos.”

Samael Aun Weor

Este misterio queda bien patente en las catedrales. ¿No era en las criptas subterráneas dónde estaban las vírgenes negras? ¿Y no recuerda esa cripta a esa matriz, mater, materia, que deberá dar a Luz algo maravilloso?

“Morena soy, oh hijas de Jerusalén,
pero codiciable como las tiendas de Cedar,
como las cortinas de Salomón.
No reparéis en que soy morena,
Porque el sol me miró.” 

Biblia, Cantar de los Cantares