NON NOBIS DOMINE NON NOBIS SED NOMINI TUO DA GLORIAM
Nada para nosotros, Señor, nada para nosotros, sino para dar gloria a tu nombre
LÂ ILÂHA ILLA ALLÂH
No hay más Dios que Dios
Por mucho que se empeñen en hacernos creer que la Caballería Medieval, era sólo una serie de órdenes militares destinadas a librar combates y batallas, la verdad es bien distinta. Y lo es, porque esa superficial visión no tiene en cuenta la organizada estructura en la que se movían esos caballeros, que mantenían, en la sombra, una jerarquía de altos iniciados, herederos de la sabiduría y la ciencia egipcia, de Pitágoras, de Platón y de los druidas celtas.
Los maestres de cada orden recibían su doctrina de lo más elevado, de lo espiritual, como debe ser, transmitiéndola al exterior a través de la Qabbalah fonética, más conocida como literatura trovadoresca, por ser los trovadores y los juglares, los encargados de difundir los poemas y canciones alegóricas, que con un sentido místico disimulado entre los romances, las gestas heroicas y los jardines cerrados, guardaban bajo llave sus secretos.
Por no saber, o no querer decir, los historiadores han dejado de lado todo ese sentido místico que estas órdenes poseían cuando se fundaron. Las leyendas medievales revelan una caballería que contradice, y mucho, lo que la historia se empeña en hacernos ver.
En esa época, a pesar de que el pueblo se resistía a seguir la doctrina dictada desde Roma, prefiriendo conservar sus antiguas tradiciones paganas, la expansión que experimentaba la Iglesia era ya imparable.
Fortalecido el poder eclesiástico, capaz incluso de influir en reyes y gobernantes, promovió lo que en su momento era considerada la lucha de la cristiandad frente a la amenaza de los “infieles” musulmanes. O sea, las Cruzadas.
Fortalecido el poder eclesiástico, capaz incluso de influir en reyes y gobernantes, promovió lo que en su momento era considerada la lucha de la cristiandad frente a la amenaza de los “infieles” musulmanes. O sea, las Cruzadas.
Pero, uniéndose a ese ir y venir de guerreros de Occidente a Oriente, se encontraban otros personajes con objetivos muy diferentes.
Ajenos al dogmatismo que pretendían imponer los cruzados, algunos peculiares individuos aprovechaban para aprender, de buena fuente, la sabiduría que los árabes conservaban de sus ancestros. Y va y resulta, que ambas facciones coincidían en muchas más cosas de las que cabía esperar, estableciéndose una especie de acuerdo, de intercambio de conocimientos. Nos viene al caso recordar algunas de esas vinculaciones, aunque tiempo habrá para que les dediquemos más atención. Nos referimos a la que tuvieron los Templarios con los Haschischín, orden mistérica sufí injustamente traducida como “Asesinos”.
El Amor Cortés
La característica principal de esa caballería que nos interesa, es la galantería. El amor de los guerreros por las damas. Las célebres cortes de amor de un Tirant lo Blanc, un Don Quijote de la Mancha o un Amadís de Gaula, por citar algunos de los más conocidos, son pruebas claras del espíritu erótico que animaba la institución caballeresca. Pero este amor nunca deberá interpretarse únicamente como pasional o erótico, sino como algo mucho más elevado. Así nos lo recuerda el maestro Samael:
“Hay que hacer una diferencia entre el Amor y la pasión. El Amor es puro y santo. La pasión es una manifestación morbosa de la sexualidad, una aberración de la bestia humana. El Amor es absolutamente desinteresado. El que ama se siente capaz de sacrificarse por el ser amado”.
Samael Aun Weor
Es difícil de aceptar que estas nobles figuras, cuyas virtudes son exaltadas una y otra vez, en sus historias, al mismo tiempo poseyeran los rasgos poco honrosos que se les atribuye, como gente despiadada, adúltera y vulgar. Aunque son conocidas las atrocidades que se cometieron durante esas Cruzadas, no es justo pensar que tales actos representen a la mayoría de caballeros, sino más bien a una sección degenerada y exenta de valores éticos.
Al desconocer que las antiguas tradiciones esotéricas, poseían fuertes vínculos con estas órdenes, se tiende a confundir la verdad, pues no llega a profundizarse en el verdadero basamento de la caballería, que no es otro que el Amor. Y es que sobre el valor de esta misteriosa palabra se centró toda la atención, todo el esfuerzo.
¿Acaso el amor caballeresco, convertido en símbolo de pureza, era sólo la inclinación primaria y carnal que atrae un sexo hacia el otro? ¿O es que había en este término una intención mística, más allá del comercio de los corazones, las pasiones y los sentidos? Eso es lo que vamos a ver.
Fue Dante Gabriel Rossetti una de las pocas personas que se atrevió con ello. Es en su obra, “Il mistero dell’amor platonico nel Medioevo”, donde desarrolló el sistema del amor platónico o alegórico que se remonta a los Misterios de Grecia y a los sufíes islámicos. Pues bien, este profesor de literatura italiana, a pesar de la contradicción entre la verdad y sus creencias católicas, se rindió ante los hechos. Reconoció en la poesía erótica de los trovadores, de los cuales hablaremos en líneas venideras, un sentido esotérico derivado de ese mismo origen. Y encuentra en la Gran Sacerdotisa de Mantinea, Diotima de Megara, que supuestamente inició a Sócrates en la Religión del Amor, una de esas fuentes.
Al desconocer que las antiguas tradiciones esotéricas, poseían fuertes vínculos con estas órdenes, se tiende a confundir la verdad, pues no llega a profundizarse en el verdadero basamento de la caballería, que no es otro que el Amor. Y es que sobre el valor de esta misteriosa palabra se centró toda la atención, todo el esfuerzo.
¿Acaso el amor caballeresco, convertido en símbolo de pureza, era sólo la inclinación primaria y carnal que atrae un sexo hacia el otro? ¿O es que había en este término una intención mística, más allá del comercio de los corazones, las pasiones y los sentidos? Eso es lo que vamos a ver.
Fue Dante Gabriel Rossetti una de las pocas personas que se atrevió con ello. Es en su obra, “Il mistero dell’amor platonico nel Medioevo”, donde desarrolló el sistema del amor platónico o alegórico que se remonta a los Misterios de Grecia y a los sufíes islámicos. Pues bien, este profesor de literatura italiana, a pesar de la contradicción entre la verdad y sus creencias católicas, se rindió ante los hechos. Reconoció en la poesía erótica de los trovadores, de los cuales hablaremos en líneas venideras, un sentido esotérico derivado de ese mismo origen. Y encuentra en la Gran Sacerdotisa de Mantinea, Diotima de Megara, que supuestamente inició a Sócrates en la Religión del Amor, una de esas fuentes.
Es decir, que la Religión del Amor, aquella que dio origen a todas las demás, era la misma que hubo en las Iniciaciones antiguas, practicada desde los tiempos de Sumeria, y traída desde Alejandría, hasta Europa.
Ahora bien, ¿alcanzó tierras europeas sólo por esta vía? ¿No existía en Europa algún rastro de ese mismo culto que fuera anterior a esta pista? Pues según Grasset d’Orcet, “los druidas celtas no rendían culto más que al verdadero y único Amor, pues es la clave que abre a las almas el Cielo y el Rey del Mundo”. Este autor defiende, y con razón, la secreta vinculación entre los Maestros Constructores de Catedrales y los altos Iniciados paganos, herederos de los Misterios de Egipto. Era Platón quien afirmaba que el Amor es el Dios más antiguo del Mundo. También Dante Alighieri y otros importantes maestros, pertenecieron a una orden denominada los Fieles de Amor.
¿Pero por qué le dio a toda esta gente por afiliarse a la causa del Amor? ¿Qué veían en tan indefinible fuerza, que les impulsaba a buscar con tanto anhelo?
“El Amor es terriblemente divino. La Bendita Diosa Madre del Mundo es eso que se llama Amor. Con el fuego terrible del Amor podemos transformarnos en Dioses para penetrar, llenos de majestad, en el anfiteatro de la Ciencia Cósmica”
Samael Aun Weor
“El amor nunca llama a algo como suyo, y sin embargo puede llegar a poseer cualquier cosa. Nunca dice “esto es mío” o “eso es mío”, pero “todas estas cosas son suyas”. El amor espiritual es vino y fragancia. Todos aquellos que se ungen a sí mismos con él, se complacen en él. Mientras que aquellos que están ungidos están presentes, aquellos que están cerca también se aprovechan de la fragancia. Si aquellos que están ungidos con la unción los abandonan y se retiran de ellos, aquellos que no están ungidos que simplemente están cerca, siguen permaneciendo en su mal olor. El samaritano no dio al hombre herido más que vino y aceite, no existe otra cosa más que la unción. Sanó las heridas, porque el amor cubre multitud de pecados.”
BIBLIOTECA GNÓSTICA DE NAG HAMMADI
(Evangelio de Felipe)
Es en el relato del Santo Grial, donde encontramos la expresión más auténtica de todo ese misterio. Para muchos, la leyenda del Grial alcanza su máximo refinamiento bajo la influencia de ideas que Wolfram von Eschembach en su “Parzifal”, parecía haber situado en Francia, y en particular, entre los Templeisen, es decir, los Templarios.
Veamos someramente, la evolución histórica, en lo que a literatura se refiere, del mito del Grial.
Se acepta que tres son las fuentes principales en las cuales hace acto de apariencia ese objeto sagrado. La primera y más antigua, es la inacabada “Conte du Graal” de Chrétien de Troyes, escrita en el Año del Señor de 1.182. La segunda obra que lo menciona, es la citada “Parzifal”, de Eschembach, escrita entre los años 1.195 y 1.210, del nacimiento de Nuestro Señor. Una tercera historia, más reciente, pues data de mediados del siglo XV, es “La Morte d’Arthur” de Sir Thomas Malory. La diferencia más curiosa entre todas ellas, reside en que en “Parzifal”, el Grial no es una copa o cuenco, sino una Piedra, mientras que en las otras dos se muestra claramente en este aspecto (La Morte d’Arthur) o se insinúa esta forma (Conte du Graal).
"Esos héroes están animados por una Piedra.
¿No conocéis su augusta y pura esencia?
Se llama lápiz-electrix (Magnes).
Por ella puede realizarse toda maravilla, (Magia).
Ella, cual el Fénix que se precipita en las llamas,
renace de sus propias cenizas,
pues que en las mismas llamas remoza su plumaje
y brilla rejuvenecida más bella que antes.
Su poder es tal, que cualquier hombre, por infeliz
que en su estado fuera,
si contempla esta Piedra,
en vez de morir como los demás
ya no conoce la edad,
ni por su color, ni por su rostro;
y sea hombre o mujer
gozará de la dicha inefable
de contemplar la Piedra
por más de doscientos años".
Fragmento de PARZIFAL citado en EL PARSIFAL DEVELADO
“Si el Santo Grial es una Piedra preciosa traída a la tierra por los ángeles o Devas inefables y puesta bajo celosa custodia de una fraternidad secreta, eso no es óbice para que tal Gema celeste asuma la espléndida forma del Vaso de Hermes”.
Samael Aun Weor
“Tales poderes confiere la Piedra a los mortales, que la carne y los huesos no tardan en rejuvenecer. Esta Piedra se llama Grial”.
PARZIFAL
Wolfram von Eschembach
Para el Maestro Samael: “Los principales orígenes conocidos de todas estas leyendas caballerescas relacionadas con la del Santo Grial, son:
A) La "Historia Rerum in Partibus Transmarinis Gestarum", de Guillermo de Tiro (M. en 1184), obra latina traducida al francés con el título de "Roman D'Eracle", y libro que sirve de base al de la "Gran Conquista de Ultramar", traducida del francés al castellano a últimos del siglo XIII o principios del XIV…
B) El "Dolopathos" de Juan de Haute‑Seille, escrito hacia 1190.
C) La del poema que París llama "Elioxa" o "Heli‑Oxa" ‑La Ternera Solar ‑ nombre primitivo de la Insoberta o Isis‑Bertha del Caballero del Cisne, obra esta última de grandes analogías, según Gayangos con el famoso “Amadís de Gaula”.
D) El Parsifal y el Titurel de Eschembach.
E) El "Conde del Graal", de Chrétien de Troyes (1175), el "El Lohengrín" o "Swan‑Ritter" (el Caballero del Cisne), obra bávara anónima del siglo XIII publicado por Goerres en 1813.
F) El "Tristan and Isolde", de Godofredo de Estrasburgo (1200‑1220) y cuantos "Tristanes" análogos andan por la literatura.
G) La "Demanda del Sancto Grial" con los maravillosos hechos de Lanzarote y de Galaz, su hijo (Siglo XIV), con todas sus obras concordantes”
Samael Aun Weor
La mentalidad materialista del mundo moderno, no llega a comprender cómo el caballero se arriesgaba a ser herido o muerto, por causas que no eran las suyas, ni cómo podía ser el paladín de una dama y jugarse la vida por ella, sin aspirar en lo más mínimo a sus favores carnales. Y más, cuando esta dama era, generalmente, la esposa de otro.
Aquí radica la clave de todo el misterio caballeresco. Tanto el caballero como el alquimista, reconocían que el camino espiritual no es posible sin la presencia de lo femenino. Ellos eran conscientes de lo fundamental del Alma Femenina para la Auto-realización Intima del Ser, y cómo el Amor nos conduce a la Tierra de Perfección.
En este entorno medieval, con un marcado contraste entre los excesos de una Iglesia corrupta y los preceptos del amor divino, que ciertos pueblos de Europa, como herencia de sus ancestros, deseaban mantener, surge una interesante figura que serviría de nexo de unión entre un pasado que se resistía a ser olvidado y un presente que lo necesitaba más que nunca.
Leonor de Aquitania y los Trovadores
Para conocer un poco más sobre el origen de esa literatura trovadoresca que tanto exaltaba al amor, debemos mirar hacia los cuentos sufíes, pues es de allí, principalmente, de donde procedió. De la misma forma que en la Europa medieval, el lenguaje simbólico y alquímico expresaba verdades veladas a los ojos del vulgo, en Oriente Medio, los cuentos árabes camuflaban tras lo fantástico e imaginario, todo un universo de símbolos y claves, que eran utilizadas por los maestros sufíes para instruir, a modo de koan zen, a sus discípulos.
En Al-Andalús, la fusión de ideas y pensamientos que hubo entre sufíes, sefardíes (judíos españoles) y cristianos, influyeron en personajes como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila. Este contacto explica que la poesía arábigo-andalusí transformará a España en el puente, a través del cual, la poesía mística sufí llegó a Provenza de la mano de Guillermo de Poitiers, más conocido como Guillermo IX de Aquitania.
El caso es que entre el siglo XI y el XIII, aparecen en Europa, junto con el movimiento cátaro, unos personajes, los trovadores, que se dedican a cantarle al amor cortés. En la sociedad feudal y cristiana que primaba en aquellos momentos, se integran elementos griegos, con otros del mundo islámico y del entorno celta, para dar fruto a la poesía erótica trovadoresca, que alcanzará su máximo refinamiento en las novelas de caballería.
No es casual que el movimiento trovador coincida con el fervor por el bíblico Cantar de los Cantares, que invade, instigado por San Bernardo, conventos y monasterios en esa misma época. Acompañada por la magia del canto gregoriano, la vida monacal se divide en maitines –doce de la noche-, en laudes – tres de la madrugada-, en prima –seis de la mañana-, en tercia –nueve de la mañana-, en sexta –doce del mediodía-, en nona –tres de la tarde, en vísperas –seis de la tarde-, o en completas –nueve de la noche-.
Leonor había crecido escuchando las canciones que su abuelo, Guillermo IX de Aquitania y otros bardos llegados de la Bretaña francesa, se dedicaban a difundir por la región. Hemos de decir que también esa lírica estaba influenciada por la mística que los cantores zapal, allá en tierras árabes, desarrollaron cantándole al amor Udri. De hecho, ella, Leonor, estuvo en esas tierras acompañando a su marido durante la II Cruzada. Y la podemos imaginar estudiando con interés la mística, la poesía y la música sufí.
Era tanta la admiración que sentía por el Islam, que llegó a entablar amistad con Salah-a-din (Saladino), el gran líder musulmán, que reconquistó Jerusalén a los cristianos. El sufismo también tiene su equivalente a la caballería espiritual de Europa. Conocidos allí como Futuwah, sus miembros debían convertirse también en caballeros perfectos y alcanzar la fusión mística con Dios.
Ernest Scott, autor de “El Pueblo del Secreto”, sostiene que detrás del movimiento trovadoresco, se esconde una operación para difundir secretamente el sufismo en Europa.
Gracias a esta mujer se produce un cambio espectacular en la valoración de la figura femenina. A ella le debemos, en gran medida, que se cantara al amor cortés y que surgiera el amor caballeresco, recuperando a la mujer como un objeto de devoción. Contemporánea de San Bernardo, compartía con el religioso la exaltación del amor divino. Y de la misma forma que Bernardo se sentía especialmente atraído por el Cantar de los Cantares, y que no dudaba en utilizar en sus sermones, así hacía Leonor con la poesía. El compromiso que adquirió con su pasado céltico, hicieron de ella un referente en la reinstauración de mitos y leyendas que la Iglesia deseaba hacer desaparecer.
¿Por qué decimos que fue gracias a Leonor que se produjo ese cambio? Pues porque actuó de mecenas de numerosos artistas a los que hacia encargos. Era ella quien les exponía las ideas. O bien lo hacían sus descendientes, como su hija Marie de Champagne. Es el caso del trovador Chrétien de Troyes, de quien ya hemos hablado, que escribió “Lancelot” bajo la protección de Marie, siguiendo los preceptos de su madre Leonor. De esa forma, impulsa el ciclo literario artúrico y griálico, con toda la enorme riqueza que contienen. Ella misma sirvió de modelo, con su ejemplo, de muchos de esos personajes femeninos.
"Se puede decir que, sin Leonor de Aquitania, no habría literatura cortés, por lo menos en lengua francesa, y que la mayoría de las leyendas celtas relativas al amor serían completamente ignoradas en la Europa cultivada del siglo XII".
"Fue necesario que una reina apasionada por el tema del amor y por la poesía prestara oído a los fabulistas bretones que recorrían sus estados continentales e insulares para que se desatara un proceso único en la historia literaria: la invasión de un viejo mito y su rejuvenecimiento a través de poetas cuyo genio se revela en el grandioso fresco que nos han dejado: Tristán, Isolda, Arturo, Ginebra, Lancelot, Gauvin, Merlín, Yvain, Laudine, Luned, Viviane y Morgana; estos nombres, convertidos en símbolos universales, nos traen el recuerdo de Leonor. Sin ella no serían más que sombras".
LA VIDA, LA LEYENDA, LA INFLUENCIA DE LEONOR DE AQUITANIA
Jean Markale
El Secreto mejor guardado
A estas alturas, decir que la caballería medieval procede de las iniciaciones griegas y druídicas, esta de sobra. Como también lo está, decir que era ajena a la doctrina católica y que se mantenía al margen de su dogmatismo. Ya hemos dicho que aunque los ropajes eran los del cristianismo ortodoxo, sus sentimientos y sus ideales estaban más próximos a aquellos cristianos primitivos que habitaron el desierto a principios del milenio. Rechazando el Dogma de Fe que muchos aceptaban de manera conformista, la caballería poseía sus propias técnicas meditativas, oracionales y rituales. Eso de creer por creer no convencía, para nada, a los caballeros. Acostumbrados a ser gente práctica en el campo de batalla, a la hora de dar forma a su Fe, no se quedaban en las especulaciones religiosas y preferían experimentar y vivenciar aquello en lo que creían.
Y tal vez porque la Iglesia no podía meter baza en todo ese ritual que se traían entre manos, los fundadores de estas órdenes, fue por lo que miró con malos ojos a esa caballería creciente. Por eso, en cuanto pudo, pasó página a todo aquello, disolviendo todas y cada una de las órdenes que le eran molestas y consideraba “heréticas”. Comenzando por los Templarios, numerosas órdenes pasaron a mejor vida siguiendo los preceptos que marcaba esa expresión que hizo famosa Simón de Montfort durante el asedio contra los cátaros en el sur de Francia.
Cuando le preguntaron cómo distinguirían a los cátaros de los demás cristianos, se limitó a decir: “Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos en el Cielo”.
Cuando le preguntaron cómo distinguirían a los cátaros de los demás cristianos, se limitó a decir: “Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos en el Cielo”.
Pero con lo que no pudieron terminar, fue con sus secretos, que quedaron perfectamente resguardados.
Que el Grial es la clave del misterio caballeresco, eso ya lo sabemos. Es la máscara cristiana que pone a salvo de los ojos inquisidores, el Secreto de la Caballería. Tras el mito, se esconden enseñanzas, que por aquel entonces hubiera hecho arder en la hoguera a más de uno. El Grial de las leyendas artúricas era, para el profano y una intrigada Iglesia, el Santo Vaso en el cual Jesús de Nazaret habría celebrado su última cena y donde quedó depositada su sangre tras recogerla José de Arimatea. Y con eso les sobraba. Sin embargo, para los adeptos de la caballería era el símbolo espiritual de un arcano Secreto que ha sido comunicado de labios a oídos, de maestros a discípulos, desde tiempos antiquísimos. Y cuya divulgación pública era castigada con la muerte.
¿Y cuál es ese secreto que merece tanta protección y que incluso lo encontramos debidamente disimulado en las catedrales en forma de salamandras? Es el Vaso pagano del Fuego Sagrado. Todo se reduce al culto al Fuego. Pero recordemos que dentro del fuego hay grados y grados, niveles y niveles. Uno es el fuego bestial, pasionario, luciférico, y otro, radicalmente opuesto, es el fuego purificador que fríe las semillas del Ego.
“Los viejos alquimistas dicen: “Que vuestro fuego sea tranquilo y suave, que se mantenga así todos los días. Siempre uniforme, sin debilitarse, si no eso causará gran perjuicio”
Samael Aun Weor
“Separarás la tierra del fuego, lo sutil de lo espeso, suavemente, con gran habilidad”
TABLA DE ESMERALDA
Hermes Trismegisto
Quiso la causalidad que Camile Duteil, antiguo conservador del Museo del Louvre, en París, sin sospechar siquiera que había encontrado el Grâal de la Mesa Redonda, nos revelara en su “Diccionario de Hieróglifos”, que los egipcios llamaban gardal a un vaso de terracota en el cual se conservaba el Fuego en los templos. El francés provenzal, el que se habla en el sur, denomina grasal a un cierto vaso. El gardal en escritura jeroglífica, expresa la idea del Fuego. El dios egipcio Serapis lleva el gardal sobre la cabeza.
Las vírgenes consagradas de los templos de Menfis, colocaban el gardal sobre el altar del dios Ptha, como símbolo del Fuego Eterno que permite el retorno del hombre al Paraíso.
El Fuego, siempre el Fuego.
Bien oculto tras el símbolo para evitar ser quemados en la hoguera por la Inquisición, los Fedelli d’Amore veneraron la vela encendida más por lo que representaba, que por lo que era. Incluso los alquimistas eran identificados como los “sopladores”, por el fuelle que aviva o aquieta esas llamas.
En los grabados y textos alquímicos medievales, es motivo frecuente la utilización de mujeres que ayudan al alquimista o al caballero, entregándole las herramientas y elementos necesarios para la realización de la Opus Alchymicum, o sea, la Obra Alquímica. Ella es la encarnación del Amor y también el atanor donde su amado deberá cocer, fraguar y dar forma a esa obra.
Esta búsqueda de lo Femenino es uno de los mayores logros realizados por la ciencia hermética practicada por los Iniciados medievales, que valorizó a la mujer de forma tan elocuente, como lo hicieron en su momento los Fieles de Amor. El Amor Divino representa, para ellos, el medio para alcanzar a Sophía, la Divina Sabiduría, que se halla más allá de todas las creencias y dogmas. Y se intuye que ese reencuentro no tendrá lugar únicamente adquiriendo conocimientos, sino que deberán combinarse con la acción.
El Caballero del Grial era ante todo monje, aspecto contemplativo, pero también guerrero, aspecto activo. El Conocimiento sólo puede convertirse en Sabiduría si va acompañado de comprensión. Y esta sólo es posible, combinando la acción con la contemplación. Lo que en el Budhismo se conoce como “Visión y Acción”.
La Iglesia Católica, desconociendo u ocultando el verdadero significado del Grial, sólo exponía la parte exotérica del misterio a sus feligreses, mientras que la caballería revelaba todo el esoterismo a sus adeptos. Aquel gardal terminó convirtiéndose en Grâal y finalmente en Grial. Como símbolo, cayó en desuso dentro del cristianismo oficial, pero mantuvo todo su valor simbólico para los caballeros. Se establece de esta forma, un “linaje sagrado” que asegure la continuidad de esos misterios y que, en su prolongación en el tiempo, adquiere diversas formas, denominaciones y modus operandi, aunque la esencia continúe siendo la misma. Es lógico pensar que para perpetuar esa continuidad, los maestres debían asegurar la pureza de ese linaje iniciático, que en el caso que nos ocupa, se traducía en la ordenación como Caballero.
A propósito de esta cuestión del linaje iniciático, no está de más recordar las palabras de H. P. Blavatsky, citada por Mario Roso de Luna:
“El día mismo en que el primer místico halló los medios de comunicación entre este mundo y los de la hueste invisible, entre la esfera de la materia y la del espíritu puro, sacó la deducción de que el abandonar esta misteriosa ciencia a la profanación del vulgo, equivalía a perderla. El abuso de la misma conduciría a la humanidad a una rápida destrucción. (…) Así, el primero que llegó a ser Adepto de esta gran ciencia inició tan sólo a unos cuantos escogidos, al par que se mantuvo reservado con las multitudes”.
Los Caballeros del Camino
El título de caballero, anhelado como el mayor honor que podía obtener un hombre sobre la Tierra, era incluso negado a los reyes. Algunos monarcas lo adquirieron, es cierto, pero en una época de decadencia donde la Caballería ya había perdido su auténtico sentido. Se podía heredar la corona o el título de noble, pero no la condición de caballero. Por tanto, ese honor no se concedía, en absoluto, a la ligera. Era preciso superar ciertas pruebas, que no se limitaban a torneos o justas, sino más bien a otra cosa. Para ser armado caballero, era preciso demostrar ser hombre de bien en toda la aceptación del término. Tener nobleza de corazón.
Para él, había un antes y un después de su ordenación. Es decir, que renunciaba libremente a su vida anterior, a todo lo que había sido hasta ese momento. Atrás quedaban sus riquezas, pocas o muchas, su prestigio social y, en ocasiones, hasta su vida familiar. Y por si todo eso fuera poco, también asumía como propios los votos de obediencia y castidad. No era tanto el número de caballeros que se ordenasen, como asegurarse de que iban a ser fieles a los ideales de la Orden.
“Por eso no han dudado en dejar a sus esposas, a sus hijos y a sus familias, para cumplir los preceptos de la Orden con todas las potencias materiales y espirituales de su persona”
LA MUERTE DE ARTURO
Sir Thomas Malory
¿Qué poderosa razón haría que el Rey Francisco I de Francia, exigiera de Bayard, ser nombrado caballero? ¿Por que motivo Isabel I de Inglaterra, se hizo ordenar caballera el mismo día de su coronación? ¿Cual es el misterioso significado del dicho tradicional, “Más vale ser caballero que Príncipe hijo de Rey o Rey mismo”? Pues sencillamente, lo que hemos venido diciendo hasta ahora. Que la caballería suponía una Iniciación, entendiéndose como tal, la transmisión de un saber espiritual que permitirá a quien es digno de recibirlo, la realización de grandes logros en lo externo y en lo interno.
Según algunos autores, como Ramón Llull en su “Llibre de l’Orde de Cavallería”, antes de la ceremonia de ordenación, el candidato pasaba por baños frecuentes. Había que demostrarle la necesidad de purificarse. Después, permanecía varias noches en una capilla oscura y sin luz. Detalle que expresa lo que el individuo debía dejar atrás. Era la “Noche de la Tumba”. Allí, el hombre “viejo” iba, simbólicamente, a ser inhumado para entrar en putrefacción y resucitar a una vida nueva. Cuando reaparecía con el día, ya había asumido la necesidad de buscar su Luz. Y lo hacía vestido de blanco para testimoniar esa resurrección moral.
Tomémosle prestado a este autor, un fragmento de su obra, aquel que se refiere a cómo debe llevarse a cabo la ceremonia:
“El escudero debe arrodillarse ante el altar y levantar sus ojos, los corporales y los espirituales, y sus manos a Dios. Y el caballero le debe ceñir la espada, para significar castidad y justicia. Y para significar la caridad debe besar al escudero y darle un bofetón, para que se acuerde de lo que promete y de la gran carga a que se obliga y del gran honor que recibe por la Orden de Caballería.
Luego que el caballero espiritual y el caballero terrenal han cumplido con su oficio de armar nuevo caballero, el caballero nuevo debe cabalgar y debe mostrarse a la gente para que todos sepan que él es caballero y que se ha obligado a mantener y a defender el honor de la caballería, pues cuantas más gentes conozcan su caballería, mayor freno tendrá el nuevo caballero a la hora de cometer faltas contra su orden.
Aquel día debe hacerse gran fiesta, dar convites, justar y las demás cosas que corresponden a la fiesta de la caballería. Y el señor que arma caballero debe repartir dádivas al nuevo caballero y a los demás caballeros nuevos. Y el caballero nuevo debe ser dadivoso aquel día, pues quien recibe don tan grande como es la orden de caballería desmiente su orden si no da según debe dar. Todas estas cosas y muchas otras que serían largas de contar se refieren al hecho de dar caballería”.
La ordenación finaliza con el espaldarazo, toque con la hoja plana de la espada en los hombros y la coronilla. Con la referida acolada o suave bofetón, como símbolo de los sufrimientos y las pruebas que deberá soportar. Y finalmente, preso de una gran emoción, el caballero recibe el ósculo, abrazo fraternal que lo liga a la Orden para siempre.
Para poder armar un caballero era indispensable serlo y el Iniciado quedaba ligado con aquel que le había conferido la ordenación, con un parentesco espiritual, de tal manera, que por nada y en ningún caso, podía hacer armas en contra suya. Esto se conocía con la expresión “compartir el honor”. ¿Porque, quien sino alguien que está recorriendo el Sendero, puede “apadrinar” a otro hermano y brindarle consejo?
La ceremonia de ordenar un caballero parece tener una relación muy próxima con el rito de coronación del Rey. Aunque sería un error suponer que este rito de coronación, constituyó siempre una iniciación espiritual, ya que en la mayoría de los casos, se reducía a algo meramente simbólico y religioso. Una exteriorización, un vestigio de la auténtica Iniciación, reservada sólo a los “Reyes de sí mismos”, como bien apunta René Guénon.
Ese mismo Rey, que según el concepto popular, era todo verdadero Maestro. Cualquiera que sepa gobernarse a sí mismo. ¡Salve aquel que pueda ser su propio Rey! Porque, ¿era acaso tan sólo el jefe político de un pueblo, o también todo aquel cuyo reino es secreto y se halla en su interior?
Creemos, que aunque su figura terminó desvirtuándose por la debilidad de quienes, a lo largo de los siglos, ostentaron ese cargo, hay motivos suficientes para pensar que el Rey fue mucho más que un líder político y militar.
Guerreros para la Paz
Para entender porqué se hacía hincapié en que fuera un Iniciado y no un sacerdote, el que asignaba la ordenación, haremos mención a la diferencia, en términos hindúes, entre la casta de los Brahmanes y la de los Kshatriyas. El Brahmán pertenece a la casta más elevada, la sacerdotal, cuya función y misión es puramente espiritual. El combate excede sus deberes. En cambio, el Kshatriya, que pertenece a la segunda casta más elevada, es el guerrero por excelencia.
“Kshata significa dolor y Khsatriya es aquel que libra combate para liberar a los seres del sufrimiento. Una oportunidad como ésta, de emprender una guerra a favor de la Verdad y en contra de las fuerzas de la ignorancia, se ofrece muy rara vez a un hombre”
BHAGAVAD GÎTÂ
He aquí la cuestión, porque divisamos el doble significado del término “combate”. La orden caballeresca medieval buscaba, mediante el ritual de Iniciación, sacralizar una nueva condición del individuo y un compromiso espiritual que adquiría consigo mismo y con los demás. El caballero, especialmente aquel que sería conocido como “Caballero Andante”, se convertía de esta forma en un auténtico Misionero de la Verdad, en un Pellegrini d’Amore, como los llamaba Dante. Los más grandes caballeros de la historia de Occidente, pertenecieron a esta hermandad de buscadores solitarios, que cabalgaban los caminos sin señor, sin patria, ni hogar, ni corte, ni castillo.
Durmiendo bajo las estrellas y no poseyendo nada, salvo sus armas, su montura y un corazón valeroso, su única misión era la conquista de sí mismo. Sumergido en la soledad de quien recorre los senderos del conocimiento interior, libraba una guerra sin cuartel contra unos enemigos invisibles pero siempre presentes: los yoes, ese mercurio seco de que hablaban los alquimistas. Y sabía que para ese combate de nada servían las armas convencionales.
Presto a cumplir los cometidos que su corazón, embriagado de amor divino, le iba dictando, el caballero andante, o errante, permanecía impasible ante los placeres de la vida. Allí donde las personas se hallan esclavizadas por sus proyectos mundanos. Allí donde el temor, los apegos y las ambiciones, mantienen fascinadas a las gentes, el guerrero sabía lo poco que podía aportarle a él ese tipo de vida.
Por eso, no teniendo otro señor que su Ser, ni otra corte que su Alma, hace suyo ese consejo que Krishna le brinda a Arjuna:
“Todas las acciones encadenan a su autor, excepto aquellas que se llevan a cabo por sacrificio. Procura pues, desempeñar tus actos con dicha intención, esto es, desechando toda mira interesada y todo móvil egoísta”
BHAGAVAD GÎTÂ
El corazón del caballero, en continuo enamoramiento, ama con una intensidad fuera de lo común, puesto que no espera nada a cambio. Quizás por ser un amor libre de ataduras exteriores, se convertía en fuente de inspiración. Ahora comprendemos por qué muchos caballeros en Oriente y en Occidente, llegaron a ser poetas, místicos y artistas. Embarcado en la más hermosa empresa que puede desempeñar persona alguna, servir a los demás, tenía doblemente mérito al tratarse de servicios destinados a mostrar la Verdad y enseñar a otros a obedecer a su Rey interior.
¿Qué otra cosa puede ser más honrosa que esta? Mostrar a otros el camino de la liberación. Esa era la meta real de estos solitarios caballeros, afiliados a los Fieles de Amor.
Para comprender a la caballería en profundidad, hay que entender a que se refieren algunos, como Julius Evola, cuando afirman que “la acción guerrera puede liberar al hombre de sus condicionamientos cuando posee un basamento espiritual”. Según esto, todo en la vida debe centrarse en la “pequeña y gran Guerra Santa” a la manera del Islam. La primera, es la guerra y el combate contra los enemigos exteriores. Los menos peligrosos. La segunda, es la lucha contra nuestros enemigos interiores, nuestros infieles particulares. La vida terrestre es sacrificada en el combate, por una vida futura encaminada hacia una espiritualidad realmente exaltada, que hace a los hombres libres y merecedores de ser calificados como caballeros. En este sentido podemos afirmar que sólo a través del combate contra uno mismo, puede alcanzarse la paz interior.
Así lo quiso hacer entender también Mahoma cuando dijo, “Al jihâd al-akbar”, la jihâd de las almas. Este el auténtico y real sentido de esa guerra islámica, cuando se profundiza en sus fundamentos. La guerra contra uno mismo, no contra los demás. Y a ella se refieren la gran cantidad de demonios y monstruos mitológicos, presentes en las construcciones medievales, que se relacionaban con los guerreros. San Jorge atraviesa con su lanza al Dragón; Perseo corta la cabeza a Medusa; Teseo sale victorioso en el combate contra el Minotauro; Hércules mata a la Hidra de Lerna; San Miguel somete a Lucifer, etc. Todos nos están indicando una misma cosa. El demonio no está afuera, sino adentro de todos y cada uno de nosotros.