18 de diciembre de 2012

La Navidad del Corazón

Mucha gente sigue teniendo el convencimiento de que la Navidad es una celebración de origen cristiano. Esta una verdad a medias. Y lo es, porque su significado, aquel que muchas veces se pasa por alto, se adelanta al nacimiento mismo del Cristianismo.

Pero vayamos por partes.

Lo que nadie puede discutir es lo mágico de las fechas navideñas. Y es que, aunque no se llegue a profundizar en su significado, hay algo que las hace verdaderamente entrañables. Pero, ¿estamos celebrando solamente el nacimiento del Niño Dios, o alguna otra cosa que desconoce una mayoría de personas? Veamos.

  
El Sol Invencible

El Sol inicia su peregrinar ganando terreno a la noche, el día 25 de diciembre, el día de Navidad.

El combate cósmico tiene lugar el día anterior, en Nochebuena, cuando sabiéndose perdedora, la noche se acorta para ceder paso al día. Este acontecimiento no tendría más vuelta de hoja, de no ser por la Sabiduría antigua que puso sus miradas en él.

¿Por qué? ¿Qué es lo que tiene de especial? Desde las épocas más remotas y prácticamente en todas las civilizaciones, se han festejado las fechas en que se presentan los solsticios. En Roma se dedicaban al Dios Jano, representativo del Sol, quien presidía los comienzos, las Iniciaciones, en latín Initium, Initiare. El mito de Jano aparece en las tradiciones gnóstica e iniciática desde la más remota antigüedad, erigiéndose en uno de los símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada.

El nombre Janus o Jano tiene un parecido muy singular con el de Juan y no debe ser casualidad que éste fue puesto por la tradición judeocristiana en el exacto lugar de aquel. Filológicamente, el nombre Juan, en Hebreo Johan, en Griego Joánes, en Persa Jehan, en Francés Jean, en Inglés John, en Alemán Johann, tiene por radical la voz semítica Jan. Si tomamos el nombre hebreo Jehohannan, resulta que su traducción es “Agraciado o favorecido de Dios”, es decir, Iluminado, Iniciado. Etimológicamente, la palabra Juan se relaciona con el vocablo latino Janua, en castellano “Puerta”, de donde a su vez deriva la palabra Januarius o Enero, es decir, Inicio.

En este contexto, es interesante resaltar que el significado de puerta lo tiene también la letra griega “Delta”, que tiene la forma de un triángulo, forma empleada por los antiguos para el diseño de las puertas de acceso a los templos iniciáticos. Jano, representativo del ideal iniciático, simboliza al igual que el Delta griego, la puerta de entrada a la verdadera Iniciación y esta se vincula al Sol.

Este simbolismo solar era compartido por pueblos distantes, como en el caso de los antiguos incas de Perú. Sus dos festivales primordiales eran el Capac-Raymi, o Año Nuevo, que tenía lugar en diciembre y el que se celebraba cada 24 de junio, el Inti-Raymi, la fiesta del Sol, en la impresionante explanada de Sacsahuamán, muy cerca de Qosqo. En el momento del amanecer, el Inca elevaba los brazos y exclamaba: “¡Oh, mi Sol! ¡Oh, mi Sol! Envíanos tu calor, que el frío desaparezca”. 

El Cristo-Sol
 
Vemos claramente que el Astro Rey no se limitaba, en absoluto, a representar un punto luminoso en el firmamento, sino que conseguía despertar en el ser humano de la antigüedad, toda una serie de referencias a su trabajo espiritual, que quedo reflejada en las tradiciones sagradas. Hércules, Dionisio, Mitra, Osiris, Zoroastro, Quetzalcóatl, Krishna, Budha, y por supuesto, Jesús, tienen en común más cosas de lo que se cree. Todos nacieron en fechas muy próximas al solsticio de invierno, el 25 de Diciembre; nacieron de una Madre Virgen y también en pesebres o en bajos aposentos. ¿Coincidencia? Pues claro que no.

A partir de ese fenómeno astronómico, las gentes de todos los confines de la Tierra, llegaron a comprender que también lo vive dentro de sí, el ser humano comprometido con su búsqueda espiritual. De esta forma, ilustraron con simbolismos bastante evidentes para quien sabe cómo mirar, esta afirmación anterior. El Sol nace cada mañana para morir al atardecer. Se sacrifica a sí mismo al acortarse el día, para renacer en Navidad y regalarnos más horas de luz.

¿Qué personaje se sacrificó a sí mismo, por amor a la humanidad? ¿No se dice también que resucitó? Si observamos una cruz cristiana veremos que consta de un poste vertical, con un travesaño que lo divide en dos. Pero no lo corta en dos mitades iguales. Lo corta dejando una mitad inferior más larga y otra superior más corta. Los historiadores y arqueólogos, atribuirán esto a una cuestión práctica a la hora de crucificar a alguien. Y podríamos dejarlo así, de no ser porque la sabiduría implícita en este detalle, nos dice más bien otra cosa. Los dos equinoccios, es decir cuando el día dura tanto como la noche, están representados por los dos maderos iguales, los horizontales. 

En cambio, el solsticio de verano y el de invierno, en el madero vertical están indicados por la mitad inferior y la mitad superior, respectivamente.

Pero aún hay más. Justo donde se cruzan los dos maderos horizontal y vertical, existe un punto que nos recuerda el Corazón. Allí es donde tiene lugar el fenómeno cósmico que antes mencionábamos. Pero, prosigamos con nuestra historia. 

El Niño Dios

Habiendo comprendido que el Sol se relaciona de alguna forma con nuestro corazón, hemos de conocer el significado del Nacimiento. Por cierto, Navidad ya se sabe que deriva de Nacer. Navidad es Nacimiento. En el momento histórico en el cual transcurre el sagrado alumbramiento, el asentamiento de Belén no existía. Entonces, ¿por qué se dice que el Niño Jesús nació en Belén? Nuevamente, es la Sabiduría antigua la que nos ha de revelar que Bel es un término caldeo que significa “Fuego”. Por tanto, Belén es una expresión simbólica que viene a querer decir “Torre de Fuego”, relacionando el momento del Nacimiento con este Áureo misterio. Uno de los antecedentes que puede corroborar esta afirmación, es la festividad celta de Beltaine. El nombre significaba “Fuego de Bel” y era un festival anual en honor al dios Belenos. ¿Será coincidencia el parecido entre Belenos y Belén? La complejidad de este detalle, que excede el objetivo de este artículo, será tratado en otra ocasión. No obstante, solamente recordar que también “Xristus” (Cristo), tiene el mismo significado.

Pues bien, Jesús nace en un pesebre rodeado de podredumbre y miseria. Si somos sinceros con nosotros mismos y reconocemos, cuando vivimos alejados de Dios, que somos un mar de defectos y debilidades, la verdad es que no nos hallamos en mejor situación que ese niño santo. Eso es lo que nos indica el pesebre. Aun así, la Estrella de Belén viene a señalar que siempre hay posibilidades en el camino si uno sabe hacia dónde dirigirse.

Ese nacimiento no se refiere a cuando venimos al mundo, sino a la posibilidad que siempre existe, de reconducir nuestras vidas, limpiar ese pesebre y unirnos con quien siempre estuvo esperándonos, nuestro Padre espiritual. Los expertos no creen que naciera como se dice, en medio de quién sabe donde, porque las bajas temperaturas que se registran en invierno por aquellas tierras, hacen imposible las mínimas condiciones para un parto normal. Máxime cuando a ningún pastor se le ocurriría sacar sus rebaños en semejantes condiciones. Todo el parto hubiera tenido lugar en la más triste soledad. Y dudamos que el sentido común de la Virgen Madre así lo quisiera.

El Pesebre

Su implantación nació a raíz de que a San Francisco de Asís, en 1223, se le ocurrió representar con personas y animales ese sagrado momento. Fue tal el éxito que tuvo, que siguió celebrándose año tras año, repitiendo la misma representación. Y las pistas están ahí, para quien quiera hacerles caso. La cuestión es, que lo que se dice símbolos, el pesebre contiene muchos, pero nos quedaremos, a nuestro parecer, con los más relevantes.

A primera vista, lógicamente llamará la atención la figura de Jesús, el Niño Jesús, quien representa en este caso, no a la figura histórica, sino al Cristo que debe nacer en el Corazón, si sabemos cómo y dónde buscar. En segundo lugar, la vista se dirige a dos figuras, María y José que a izquierda y derecha, representan las dos columnas del hogar, Amor y Sabiduría, respectivamente. Son los elementos masculino y femenino indispensables para dar a Luz. Por detrás veremos, si es un pesebre con todas las de la ley, un buey y un asno. Estos representan, por una parte las emociones y los deseos que deberán ser sometidos a los pies del Niño, y por otra, en lo que al asno se refiere, es la mente que nos traiciona con sus teorías y conceptos, la que debe ser domesticada. Para que pueda brillar la luz en nuestro interior, todos estos elementos, emociones y pensamientos, aquí simbólicos, pero dentro de nosotros muy reales, deberán ser colocados cada uno en su sitio, juntos, pero no revueltos, para que pueda hacerse la voluntad de aquel que sólo quiere el bien para nosotros.

Los Reyes Magos, más que personajes históricos, pues existe disparidad de opiniones, también tienen su papel en esta representación universal. Los colores Negro, Blanco y Amarillo, que definen a los tres personajes, vienen a indicar los diferentes estados de Conciencia que ira padeciendo el viajero en su peregrinar hacia sí mismo. El color negro, significa que todo está por hacer, es el comienzo, es nuestra obra particular la que se halla todavía en desorden. El color blanco significa que hemos hecho progresos evidentes y ello significa haber alcanzado mayores virtudes. El amarillo, el color del Oro, significa trabajo concluido, éxito en nuestra tarea. La persona entendida es consciente de que cada etapa en su camino consta de un comienzo, casi siempre penoso, de un periodo de trabajo duro, y una culminación delicada. Por tanto, los tres colores serán aplicables a cada etapa del viaje.

Comenzar, caminar y llegar. Tal como dijo Antonio Machado, “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Lo importante no es llegar, sino caminar y mantenerse en rumbo.

El Árbol de Navidad

Desde épocas antiguas, el árbol ha sido símbolo de vida. Por perder hojas y renovarlas cada año, es asociado con la muerte y la resurrección. Otra vez la resurrección.

Entre los mitos nórdicos, descubrimos que el árbol era el centro del Universo. Para los germanos, la vegetación también estaba asociada con la agonía mortal del Sol. Los antiguos indoeuropeos observaban que hacia la mitad del invierno, el astro rey quedaba inmóvil cerca del oriente meridional y  luego se elevaba paulatinamente. A este fenómeno astronómico se le conoció como el día del solsticio, es decir, del Sol detenido. Los antiguos germanos creían que el mundo y todos los astros, estaban sostenidos pendiendo de las ramas de un árbol gigantesco llamado el "Divino Idrasil" o el "Dios Odín", al que le rendían culto cada año en el solsticio de invierno, cuando suponían que se renovaba la vida. La celebración de ese día consistía en adornar un árbol de encino con antorchas que representaban a las estrellas y los astros. En torno él se bailaba y se cantaba adorando al Dios.

Cuentan que San Bonifacio, evangelizador de Alemania, derribó el árbol que representaba a Odín y en el mismo lugar plantó un pino, símbolo del Amor perenne y misericordioso de Dios y lo adornó con manzanas y velas, dándole un simbolismo cristiano. Aquí las manzanas representaban las tentaciones, los pecados de los hombres, mientras que las velas lo hacían a Cristo, la Luz del mundo. Se acostumbra a adornarlo en lo más alto, con una estrella de cinco puntas, el pentáculo, que aunque mucha gente no lo sepa, es símbolo del Hombre realizado.

Las coronas navideñas

Dentro del paganismo antiguo, el muérdago con el que se elaboraban las coronas, fue usado en los festivales célticos del solsticio de invierno. El hecho de que surja directamente del Árbol Madre, era representativo para ellos, de la humanidad surgiendo de la divinidad. Es decir, lo material unido a lo espiritual, formando un todo inseparable e interdependiente. El encender velas y fogatas como una ceremonia de Navidad, es una continuación de esa costumbre pagana de animar al menguante Sol Invictus, cuando alcanza su punto más bajo en el horizonte. Temiendo que la oscuridad, las tinieblas de diciembre, vencieran a la luz y la ocultasen, se decoraban las casas con acebo, hierba, muérdago y laurel, ya que al ser hojas perennes y seguir en el mismo estado después de ser arrancadas, eran símbolo de Inmortalidad. Además, se encendían leños, se hacían grandes fogatas y se prendían velas. Esta iluminación durante esa noche actuaba como una especie de magia imitativa que intentaba animar al Sol. Por lo tanto, en la mentalidad arcaica, los árboles iluminados no eran sólo símbolo de fertilidad, sino también de renacimiento solar.

Es evidente, por todo lo aquí expuesto, que la Navidad se halla íntimamente ligada al Sol, pero al espiritual, no al físico. Las tradiciones obran maravillosamente bien, para conservar costumbres que calan de manera profunda en el inconsciente de las gentes. El folklore popular, habituado a repetir y mantener tradiciones, sin profundizar demasiado en lo que significan, se encarga de transmitir durante generaciones, pistas y señales que sirven de ayuda a aquellos que tienen el coraje suficiente para emprender ese camino que se ha de andar solo. 

Si llegado el momento, la chispa que anida dentro de cada uno, se decide a despertar, sobre todo si la persona así lo quiere, la comprensión de estos y otros muchísimos símbolos que nos rodean, adquirirán una nitidez notable. Es como haber estado rodeado de carteles indicándonos una dirección y nos hubiéramos empeñado en tomar la contraria. Así ocurre en verdad. La vida nos propone señales, pruebas, circunstancias, como queramos llamarlo, para guiarnos en una dirección determinada, pero absorbidos por nuestro escepticismo, hacemos caso omiso a ellas. El plan divino intenta reconducirnos, pero es el libre albedrío de cada cual, quien tiene la última palabra. Si en esos raros momentos de lucidez, cuando alguien se cuestiona que hacemos aquí y porqué, dispusiésemos de la suficiente convicción para escuchar nuestra voz interior, seguramente algo en nosotros habría cambiado.

Nuestra despedida, que no lo es, porque pronto iniciamos un nuevo comienzo, no puede ser otra que desear a todos más que éxitos materiales, que son efímeros, éxitos de otra índole que puedan conducir a cada persona a ser feliz consigo misma. El camino interior que cada uno desee emprender, es cosa particular. Pues aunque hay varias formas de llegar a la meta, las reglas de competición son las mismas para todos. Que el próximo sea mejor año que el presente y podamos seguir buscando cada uno lo que desea. Que la Paz anide en los corazones de todas personas y podamos conocer momentos de Fraternidad, Comprensión y Respeto.


Feliz Navidad y próspero Año Nuevo 2013