6 de enero de 2012

Los Templarios

"Ha aparecido una nueva Caballería en la tierra de la Encarnación. Es nueva, digo, y todavía no ha sido puesta a prueba en el universo en el que ella desarrolla un combate doble. Por un lado contra los adversarios de la carne y la sangre y por otro, en los cielos, contra el espíritu del mal. Y no me parece maravilloso, porque no lo encuentro extraño, que esos Caballeros se enfrenten a los enemigos corporales con su fuerza corporal. Pero que combatan con la fuerza del espíritu contra los vicios y los demonios, eso no sólo lo llamaré maravilloso, sino digno de todas las alabanzas debidas a los religiosos."

“Sobre las Glorias de la Nueva Milicia”
Bernardo de Claraval

Seguramente, que si los artífices del proyecto templario, hubiesen pensado en lo que la historia diría de ellos, habrían puesto más atención en dejar constancia de la dimensión de su legado. Pero también puede ser que, precisamente por que sabían que se hablaría de ellos, fue por lo que pusieron verdadero empeño en que no se supiera apenas nada de sus movimientos más secretos. Veamos su historia.

 
Una historia con luces y sombras

Fue en el Año del Señor de 1.118, cuando pronuncia sus votos de pobreza, castidad y obediencia ante el Patriarca de Jerusalén, la expedición enviada a Tierra Santa con Hugo de Payns, señor de Montigny y oficial de la Casa de Champagne, al frente de ella, con la nada despreciable misión de proteger los caminos y los lugares de peregrinación del cristianismo. Todo esto sería de lo más normal si no fuera porque ese grupo estaba formado sólo por nueve personas.

¿Alguien puede creerse que esos caballeros eran suficientes en número para llevar a cabo esa tarea? Pues claro que no. Esta fue sólo la excusa oficial que presentaron a quienes debían autorizar su estancia por aquellas tierras. Ellos, en realidad, tenían en mente otra cosa. Y muy buenas recomendaciones debían tener para que, recién llegados a Jerusalén, obtuviesen rápidamente la autorización para instalarse nada menos que en la mezquita de Al-Aqsa, la que hasta ese momento había sido la residencia oficial del rey Balduino II, en la parte musulmana de la ciudad.

Pero eso no es todo. También se obliga al rey a pactar, mediante un acuerdo secreto, con un personaje conocido como el Viejo de la Montaña. Pronto hablaremos de él.

Primero hagamos una breve reseña histórica del insigne lugar, elegido por esos freires, para establecer su centro de operaciones. El Rey Salomón quiso levantar un Templo en Jerusalén, en al-Haram-al-Sharif, lo que ahora se conoce como la explanada de las mezquitas, para dar cobijo al Arca de la Alianza y las Tablas de la Ley de Moisés. Nadie podía entrar en el sancta sanctorum, donde se guardaban las reliquias, excepto el sumo sacerdote que lo hacía sólo una vez al año. Cuatro siglos más tarde, Jerusalén es arrasada y el Templo, destruido hasta sus cimientos, por las tropas babilónicas de Nabucodonosor II. Desde entonces, se le pierde la pista al Arca.

Quinientos años después de Nabucodonosor, los romanos destruyen el segundo templo que se construyó sobre el primero. Cuando los cruzados llegan a Jerusalén, más de mil años después, descubren que sobre los restos del Templo, se había levantado una mezquita sarracena llamada Qubbat al-Sakkra o Cúpula de la Roca. 

Construida sobre una planta octogonal, impropia de la arquitectura musulmana, estaba formada por tres recintos concéntricos. En su interior se halla la Shetiyyah, el montículo de piedra desde donde Mahoma ascendió a los cielos. A su lado, se encuentra otra mezquita más pequeña, Al-Aqsa, que es, como ya sabemos, el lugar donde se instalarían los caballeros.

Pues bien, pronto se multiplican las donaciones y los nueve recién llegados se acaban haciendo con toda la explanada de las mezquitas, incluido el Domo de la Roca o Mezquita de Omar.

Es evidente que el monje Bernardo de Claraval, que en aquel momento tenía 27 años, y que maneja los hilos de toda la operación, no envía a Hugo, ni a su tío Andrés de Montbard, a custodiar los caminos. Tampoco parece ser esta la razón para que Eustaquio de Bolonia y Hugo de Champagne, abandonen todas sus riquezas y se unan a la expedición templaria.

Durante los primeros diez años no tomaron parte en ninguna batalla. Por más que apremiara el peligro, se abstenían de entrar en combate. Es más, apenas salían del recinto donde vivían. Seguían solos y no reclutaron a nadie en absoluto. Lo que sí hicieron fue excavar en las caballerizas subterráneas del antiguo Templo de Salomón. ¿Que porqué? Pues para buscar el Arca y las Tablas de la Ley.

Pero, ¿realmente fueron a aquellas tierras a cumplir con esa tarea? Lo dudamos. Y mucho.

Lo cierto es que la mayor parte del grupo regresa a Champagne en el Año del Señor de 1.128, quedando en Palestina sólo tres caballeros. ¿Se había cumplido la misión? ¿Encontraron el Arca? Siendo secreta la misión, también debía serlo su éxito o su fracaso. Pero se convoca ese año el Concilio de Troyes, donde se autoriza a Bernardo, en calidad de secretario, la elaboración de los 72 artículos que componían la Regla de la Orden de los Pobres Caballeros del Templo de Jerusalén, o sea, los Templarios. Pero no sería hasta tres años después cuando la concluiría definitivamente. De ellos, apenas diez artículos eran de carácter militar, lo que dice mucho acerca de su verdadero objetivo, que no era otro que el espiritual. En el preámbulo de la Regla, inspirada en la de San Benito, se pone de manifiesto que una primera misión ya se ha cumplido.

A los nueve caballeros se les impone el hábito de color blanco. Para los demás, debía ser negro. La cruz roja, la concedería el Papa Eugenio III. A partir de aquí, se produce una auténtica eclosión que proyecta a la Orden del Temple por toda Europa y Palestina de una forma imparable. El reclutamiento se inició enseguida. Hugo de Payns, que ya era oficialmente el primer Gran Maestre de la Orden, marcha a Inglaterra reclutando gente para Jerusalén y cuando regresa a Tierra Santa, lo hace con un verdadero ejército.

Oriente y Occidente

Los Templarios se fundamentaron en un modelo de organización que diferenciaba dos círculos sociales: el esotérico, con caballeros monjes, donde sólo unos pocos podían acceder, con una filosofía interior que no trascendía a los demás; y el círculo exotérico, con caballeros laicos, conformado por guerreros y servidores de la causa católica, totalmente ajenos a los tejemanejes del otro grupo. De hecho, si una parte de las filas templarias participó en algunas batallas durante las Cruzadas, como ocurrió en San Juan de Acre, Gaza o Jerusalén, lo hizo más bien para servir de tapadera social y religiosa al grupo más interno de la Orden.

“Sólo aquellos verdaderamente capaces de enseñar a los demás, llegaban a ostentar altos cargos en el terreno intelectual, moral y económico. Pues la verdadera meta siempre era el conocimiento, la justicia y el bienestar. Como requisito indispensable para alcanzar sus objetivos, los Templarios aprendieron el pasado céltico de Europa, mientras que en el Medio Oriente y en la España musulmana, aprendieron el árabe, que les permitió penetrar en aquellas tierras y así tener un contacto más directo con las grandes tradiciones orientales. Fue de este modo como se enriquecieron con las enseñanzas secretas de los gnósticos, de los coptos y de los esenios.”

Rafael Vargas

Durante su primera visita a Oriente, los Templarios entran en contacto con un grupo que, instalados en la fortaleza de Alamut, en el norte de Irán, y capitaneados por quien se hace llamar Sheik-El-Jebel, o sea, el Viejo de la Montaña, devendría un importante vínculo para los fines secretos del Temple. Nos referimos, claro está, a la orden de los Haschischín ismaelitas, cuya pronunciación, ya lo dijimos en el anterior capítulo, les aseguró el adjetivo de Asesinos. En realidad, la traducción correcta sería “Guardianes de Tierra Santa”. Pero claro, la Tierra Santa interior. Fundada por Hassan Sabbah en el siglo XI, los Haschischín eran sufíes y según Kenneth Mackenzie:

“Ellos eran instructores o maestros de las doctrinas secretas del Islam; fomentaron las matemáticas y la filosofía y compusieron obras de gran valía. Disponían de la biblioteca más rica en el Oriente de aquella época”.

Es cierto que eran temidos por su habilidad con el cuchillo y que practicaban la decapitación. Pero estamos convencidos, que es la misma decapitación que viene expresaba en numerosas esculturas catedralicias, donde se observa al individuo sosteniendo su propia cabeza. O sea, que se refiere a una decapitación simbólica, seguramente psicológica. Aunque la historiografía nada mencione al respecto, su talante asesino se mostraba especialmente implacable con esos demonios interiores que atormentan al ser humano. En fin, que los mal llamados “Asesinos “, sabían lo que hacían.

Ambas órdenes aparecen, a los ojos de la historia, como calcadas una de la otra, no sólo en el funcionamiento interno de la milicia, sino en sus planteamientos espirituales. Y no coincidían en sus estructuras porque se imitaran unos a otros, sino porque sus creencias derivaban de la misma doctrina secreta proveniente de Egipto.

Pero una cosa está clara. Si la orden ismaelita, vinculada a los chiítas, ya existía antes que la del Temple, ¿no habría que pensar que fueron los cristianos quienes adoptaron las formas de los ismaelitas? Parece ser que si. Y esto demostraría, que el sentimiento templario era sincrético, buscando unificar creencias que, en realidad, eran universales. Por provenir de la misma cuna y predicar idénticos postulados, era y sigue siendo absurdo, querer disgregar algo que debería estar unido. Porque es que los Templarios, igual que la Caballería del Grial, eran devotos de la Religión del Amor. Y el Amor todo lo une. Todo lo que nos separa de la divinidad, queda religado gracias al Amor.

No obstante, esta vinculación con los musulmanes, acarreó también a los Templarios, mucho desprecio y rencor entre quienes los tachaban de traidores a la causa cristiana.

Los ismaelitas, como los Templarios, reconocían que de las escrituras sagradas, como el Q’ran o la Biblia, solamente es valida la lectura de su contenido simbólico. Es equivocado pretender interpretarlos al pie de la letra. Pero, dado el contexto político y religioso en el que se movían tanto unos como otros, lanzar esta afirmación a los cuatro vientos, hubiera supuesto un pasaporte al panteón para todos ellos.

Ambas órdenes vienen a tener una duración similar, como si una misma estrella brillara en su destino común. Y seguramente que fue así.

La cuestión está en que el Temple no encontró todo aquello por casualidad. Bernardo sabía muy bien lo que se hacía. En algo debió influir que fuese un Iniciado en los más altos misterios druídicos y conocido como “el último Druida”. Se sabe que durante algún tiempo existieron obispos druidas que, en sus monasterios, unificaron las enseñanzas druídicas al cristianismo. Él ya conocía todos los misterios que rodean al Espíritu, por lo que no le imaginamos interesado en obtener tesoros materiales, pues ya andaba sobrado de otro tipo de riquezas menos perecederas. Más bien, nos suena a que sus intenciones eran las de unificar Oriente y Occidente. Extraer lo mejor de cada cultura para bien de la Gran Causa, la Obra de Dios. Detengámonos un momento para conocer un poco más sobre la figura de este personaje.

Bernardo de Claraval 

Este hombre extraordinario nació en el Año del Señor de 1.091 en Borgoña, Francia. Dice la leyenda que cabalgaba un día el adolescente Bernardo, cuando al pasar por delante de una pequeña capilla, siente la imperiosa necesidad de detenerse y orar. Se apea del caballo y se pone a meditar. Según dicen, una revelación interior le advierte del rumbo que deberá tomar su vida, a partir de ese momento. Ese camino no es otro que el de la vida religiosa.

Y así lo hace. En el Año del Señor de 1.112, con 22 años, ingresa en el monasterio de Cîteaux. Pero no lo hace solo. Consigue convencer y llevarse consigo, a todos sus hermanos, ciertos parientes y varios amigos. En total treinta personas. A las puertas del monasterio, el abad les recibe y les advierte:

"Nuestro alimento es escaso, nuestros hábitos, los más ordinarios. Bebemos en el arroyo que corre, dormimos a menudo sobre nuestro libro de oración. Y extendemos bajo nuestros fatigados miembros un jergón que nada tiene de muelle. Cuando suenan las campanas, a la hora en que el sueño es más dulce, debemos levantarnos. No hay sitio para la propia voluntad, ni tiempo para holgar o para la disipación".

Pero Bernardo, lejos de acobardarse, hace suya esa disciplina que, a la postre, le permitiría alcanzar grandes progresos espirituales. Tantos, que después de sólo tres años, sus superiores deciden enviar al joven monje a realizar una campaña por Dios, fundando la abadía de Claraval. La nueva fundación llegó a contar con más de setecientos monjes y se le agregaron 160 monasterios, aunque nunca aceptó en vida los muchos honores y dignidades que le ofrecieron. Era conocido como Mellifluous Doctor” (boca de miel) por su gran elocuencia y es, sin duda, uno de los personajes más importantes de la Edad Media.

Tal era la energía, elocuencia y ejemplo del abad de Claraval, “que las madres ocultaban a sus hijos, las esposas a sus maridos, las doncellas a sus prometidos, los compañeros a sus amigos, de miedo que pudieran ser arrebatados como cautivos de Bernardo.”

Lamentaba que, siendo una persona cuya principal ocupación debía ser la oración y la meditación, fuera llamado continuamente por altas personalidades de la época, como mediador en conflictos políticos, religiosos y civiles. Pero tal era su talante dialogante, que toda su vida estaría intercediendo ante una Iglesia en la cual, en el fondo, él ya no creía.

Nos dice Étienne Gibson que: “Este gran santo al principio asusta, pero cuando más se le conoce, más se le ama, porque siempre dice la verdad,”

Denunciaba duramente la vida relajada y ostentosa que iban asumiendo los miembros del clero. Cosa que le granjeó una fama a medio camino entre el temor y la admiración, por lo irreductibles de sus posturas. Prohibió el “culto a los ídolos”, es decir, el culto a las formas, en el interior de los monasterios, que consideraba más propio de personas espiritualmente simples. En cambio, apoyaba mucho el simbolismo arquitectónico de las catedrales.

El escritor e investigador Philippe Barthelet dice de él que: “Fue el reformador de la Orden del Císter, consejero de un Papa, árbitro de reyes, solitario, jefe espiritual de la cristiandad de Occidente, predicador, teólogo y poeta, músico y constructor.”

Guillermo de Saint-Thierry, biógrafo y discípulo de San Bernardo, recuerda la fascinación de su maestro por la soledad:

“Bernardo de Claraval amaba retirarse consigo mismo huyendo de la compañía, extrañamente meditativo.”

Estos retiros eran cada vez más frecuentes y siempre en medio de los bosques, al amparo de robles y fuentes. Bernardo aseguró que no tenía más maestros que las encinas y las hayas, y terminó siendo poeta de Nuestra Señora.

Circula otra leyenda en la que se presenta a Bernardo asistiendo a un milagro. Siendo niño, estaba orando ante la imagen de la Virgen Negra de la Iglesia de Saint Vorles, cuando solicita a la Madre una señal con estas palabras: “Monstra te esse Matrem”, es decir, “Muestra que eres Madre”. Entonces la estatua vertió tres gotas de leche en los labios de Bernardo.

Hay quienes, como Louis Charpentier, haciendo una lectura simbólica, ven en esta historia, seguramente con acierto, una iniciación druídica.

Y es que en la figura de San Bernardo, confluyen las líneas históricas que desembocan en la construcción de las catedrales góticas. La Orden que él impulsó, pudo traer de Jerusalén los conocimientos necesarios y la filosofía que impregna los templos. Su pasión por la Naturaleza y su conocimiento acerca de ella, está en la base de las decisivas elecciones de los lugares en los que deberían construirse los templos. Y en Bernardo confluyen también las dos grandes líneas del pensamiento occidental: el druidismo y el cristianismo.

La Milicia del Temple se había constituido oficialmente en el Concilio de Troyes. Eso ya lo hemos visto líneas arriba. Y Bernardo aboca en ella todo el peso de su palabra y su autoridad. Aunque algunos se empeñen en calificar de anecdótica la relación entre el religioso y la Orden del Temple, eso no es cierto. Bernardo fue el padre espiritual de los Templarios. Fue su extrema modestia y humildad, la que hicieron que nunca se atribuyera mérito alguno y decidiera permanecer en la sombra. Pero es bastante significativo que Dante Alighieri, en su Divina Comedia, deba escoger precisamente a San Bernardo como guía en los últimos círculos del Paraíso.

“Y la reina del cielo, en el cual ardo
por completo de amor, dará su gracia,
pues soy Bernardo, de ella tan devoto”.                Estrofa 102



“Cuando Bernardo vio mis ojos fijos
y atentos en lo ardiente de su fuego,
a ella con tanto amor volvió los suyos,                        
que los míos ansiaron ver de nuevo”.                      Estrofa 141


DIVINA COMEDIA, Canto XXXI

Y es él, a través de la pluma de Dante, quien ruega a la Madre a favor del florentino, de esta manera:

“¡Oh Virgen Madre, oh Hija de tu hijo,
alta y humilde más que otra criatura,
término fijo de eterno decreto,                            

Tú eres quien hizo a la humana natura
tan noble, que su autor no desdeñara
convertirse a sí mismo en su creación.                         
Dentro del viento tuyo ardió el amor,
cuyo calor en esta paz eterna
hizo que germinaran estas flores.                                 

Aquí nos eres rostro meridiano
de caridad, y abajo, a los mortales,
de la esperanza eres fuente vivaz.                                 
Mujer, eres tan grande y vales tanto,
que quien desea gracia y no te ruega
quiere su desear volar sin alas.                                    

Mas tu benignidad no sólo ayuda
a quien lo pide, y muchas ocasiones
se adelanta al pedirlo generosa.                                  

En ti misericordia, en ti bondad,
en ti magnificencia, en ti se encuentra
todo cuanto hay de bueno en las criaturas.                           
Ahora éste, que de la ínfima laguna
del universo, ha visto paso a paso
las formas de vivir espirituales,                                    
solicita, por gracia, tal virtud,
que pueda con los ojos elevarse,
más alto a la divina salvación.                                    
Y yo que nunca ver he deseado
más de lo que a él deseo, mis plegarias
te dirijo, y te pido que te basten,                                  

para que tú le quites cualquier nube
de su mortalidad con tus plegarias,
tal que el sumo placer se le descubra.                                   

También reina, te pido, tú que puedes
lo que deseas, que conserves sanos,
sus impulsos, después de lo que ha visto.                     
Venza al impulso humano tu custodia:
ve que Beatriz con tantos elegidos
por mi plegaria te junta las manos!”        


DIVINA COMEDIA, Canto XXXIII
Dante Alighieri

Ya hemos comentado la predilección que sentía Bernardo hacia el Cantar de los Cantares. En palabras del Maestro Samael:

“El Alma Espiritual es la Bella Sulamita que nosotros debemos despertar y vestir para la Gran Boda nupcial de la Alta Iniciación, en que el Alma Espiritual se fusiona con el Intimo. El Alma de Diamante es la esposa del Intimo, es la Bella Sulamita del Cantar de los Cantares, es la prometida eterna y el Intimo la ama y la adora y le canta en la siguiente forma:

Hermosa eres tú, oh amiga mía, como Tirsa;
De desear, como Jerusalén;
Imponente como ejércitos en orden.
Aparta tus ojos de delante de mí,
Porque ellos me vencieron.
Tu cabello es como manada de cabras
Que se recuestan en las laderas de Galaad”.

Cantar de los Cantares, cap. 6º, versículos 4 y 5.

Amaba dar a la Virgen el título de Nuestra Señora, cuyo uso se generalizó después de su época, gracias a él. Era un verdadero “Caballero de María”, a la que consideraba verdaderamente como a su “Señora”, en el sentido caballeresco de esta palabra. Era, a la vez, monje y caballero. Su padre había sido militar y él a punto estuvo de serlo. Los dos caracteres que serían propios de la “milicia santa”, de la Orden del Temple, eran también los del gran santo a quien se ha llamado el último de los Padres de la Iglesia, y en quien algunos quieren ver, por algo será, el prototipo de Galaad, el caballero ideal y sin tacha, el héroe victorioso de la “gesta del Santo Grial”.

Suyas son estas líneas también dedicadas a Ella, nuestra Madre Divina:

“Si se levanta la tempestad de las tentaciones, si caes en el escollo de las tristezas, eleva tus ojos a la Estrella del Mar: ¡invoca a María!

Si te golpean las olas de la soberbia, de la maledicencia, de la envidia, mira a la Estrella, ¡invoca a María!

Si la cólera, la avaricia, la sensualidad de tus sentidos quieren hundir la barca de tu espíritu, que tus ojos vayan a esa Estrella: ¡invoca a María!

Si ante el recuerdo desconsolador de tus muchos pecados y de la severidad de Dios, te sientes ir hacia el abismo del desaliento o de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella, e invoca a la Madre de Dios.

En medio de tus peligros, de tus angustias, de tus dudas, piensa en María, ¡invoca a María!

El pensar en Ella y el invocarla, sean dos cosas que no se aparten nunca ni de tu corazón ni de tus labios. Y para estar más seguro de su protección, no te olvides de imitar sus ejemplos. Siguiéndola no te pierdes en el camino.

¡Implorándola no te desesperarás! ¡Pensando en Ella no te descarriarás!

Si Ella te tiene de la mano no te puedes hundir. Bajo su manto nada hay que temer.

¡Bajo su guía no habrá cansancio, y con su favor llegarás felizmente al Puerto de la Patria Celestial! Amén.”

San Bernardo

Igual que en su momento hicieron los cátaros, los bons homes, en el sur de Francia, los Templarios renegaban de lo material, que consideraban lo más impuro e imperfecto de este mundo. Este ideal de pobreza queda bien representado en su escudo, donde se aprecia a dos caballeros compartiendo la misma montura. Y si se dedicaron a atesorar riquezas y poder, debió ser, al menos así nos lo parece a nosotros, para asegurar la independencia de su cometido y favorecer la instauración de un gobierno sinárquico, donde lo civil y lo religioso estuviese unido.

Añadiremos más. Los cátaros no concebían a Jesús como Dios, sino como una encarnación suya en la Tierra, en un momento y un lugar determinado, como otros lo habían sido antes que él; y la figura de María Magdalena adquiría, para ellos, un papel muy relevante. Cosa que, por cierto, les acarreó enemistades muy poderosas que finalmente abocó a su desaparición presa de las llamas del dogmatismo y la ignorancia. Y entendemos, que ese interés por la Magdalena, es el causante de las abundantes vírgenes negras que se asocian siempre a estos freires.

La verdadera búsqueda proclamada por Bernardo, no residía en conocer la ubicación de reliquias sagradas, ni en averiguar una dudosa descendencia de Jesús, ni en cristianizar a las gentes del Islam. Todo eso nos parece más bien algo secundario. Una cortina de humo para desviar la atención sobre sus verdaderas intenciones. Todo indica que la meta secreta del Temple estaba más encaminada a extraer, intercambiar y verificar conocimientos que confieren a su poseedor, las herramientas necesarias para encarnar dentro de sí a la divinidad. O sea, la Gnosis. Y mucho nos tememos que todo eso está relacionado con la misteriosa figura del Baphomet.

El susodicho elemento a mitad de camino entre humano y animal, indica la misma dualidad que preside la organización de la Milites Templi. Algunos, como Eliphas Levi, descifran el nombre en TEM OH PAB. Es decir, TEmpli Omnium Hominum Paci ABbas. O lo que es lo mismo, “El Padre del Templo, Paz Universal a los Hombres”. Otra interesante interpretación es aquella que defiende la derivación de la expresión árabe, abufihamat, que en castellano se pronuncia bufihamat, cuyo significado es “Padre de Entendimiento”. En sufí, la expresión el-fahmat, quiere decir “Cabeza de Conocimiento”.

También H. P. Blavatsky se pronunció al respecto diciendo:

“Según los cabalistas occidentales y especialmente los franceses, los Templarios fueron acusados de adorar a Baphomet, y Jacques de Molay, Gran Maestre de los Templarios, con todos sus hermanos masones, sufrieron la muerte por ello. Pero esotérica y filológicamente, dicha palabra nunca significó “chivo”… (Se refiere aquí a la aceptación popular que lo consideraba así)… El término en cuestión significa, según Von Hammer, “bautismo” o iniciación en la sabiduría, de las voces griegas “Bafe y Metis”, y de la relación de Baphometus con Pan. Von Hammer debe estar en lo justo. Baphomet era un símbolo hermético cabalístico, pero toda la historia, tal como la inventó el clero, es falsa.”

GLOSARIO TEOSÓFICO

Quien más lo aclara es el Maestro Samael:

“Tiphon- Baphometo es la reflexión del Logos Solar dentro de nosotros mismos, aquí y ahora”.

“La carta 15 del Tarot, el Diablo, es profundamente significativa. Recordemos que se halla después de las cartas 13 y 14. Incuestionablemente, la 13 corresponde a la muerte del “mí mismo”, del “sí mismo”, del ego. Indubitablemente, la carta 14 nos habla de esa templanza, de esa castidad, de esa perfección que resulta de la muerte del ego. Después viene la 15, que corresponde inevitablemente al Andrógino Primigenio, al Misterio del Baphomet y del Abraxas, al Diablo; palabra, esta última, que algo horroriza a las gentes piadosas, pero que constituye algo extraordinario para el Sabio”.

Samael Aun Weor

Continúa diciéndonos el Maestro Samael:

“Lucifer-Baphometo nos otorga el impulso sexual mediante el cual es posible la realización de la Gran Obra. Transmutación sexual resulta fundamental para la Cristificación, ése es el misterio de Baphometo. Quienes aprenden a usar inteligentemente el impulso sexual pueden realizar la Gran Obra. Vencer a la tentación equivale a subir por la espalda de Lucifer. Lucifer nos convertirá en Arcángeles si realizamos en sí mismos el Misterio del Baphometo. Sin Lucifer-Baphometo sería imposible la Auto-realización Intima del Ser.”

Como vemos, se relaciona la figura con el instinto sexual que los Iniciados deben someter, vinculando esta enseñanza con el mito griego de Pan y Dionisio. No en vano, una de las pruebas de iniciación a las que se sometía al aspirante templario, era encontrarse cara a cara con el Baphomet y besar el trasero de la escultura. Quien acataba este requerimiento, estaba aceptando la humillación que representa, para el iniciado, el trabajo en la Novena Esfera. Es aceptar que dependemos de ello para fabricar la Piedra Filosofal. En esa prueba le eran revelados los secretos de la transmutación sexual. Porque el verdadero secreto del Baphomet no es otro que la transmutación alquímica del hombre terrestre en Hombre Celeste. Es el tentador, el entrenador psicológico y el guardián de las puertas del Santuario.

“El alquimista debe robarle el fuego al Diablo”

Cuéstele lo que le cueste.

Un final anunciado

Con Felipe IV, que sólo tenía de “Hermoso” lo que se veía por fuera, empieza la maquiavélica farsa del juicio a los Templarios. Al rey se le veía venir hacía tiempo, porque endeudado hasta las cejas y receloso del poder que había adquirido el Temple, no le faltó aire para organizar una de las más lamentables tramas judiciales que se conocen en la Historia. Y como el Papa Clemente V había sido colocado en ese puesto gracias a las influencias de ese rey francés, no hace falta añadir que el Pontífice se hallaba totalmente ligado a las decisiones y manipulaciones del monarca, desde que accedió a trasladar la Santa Sede de Roma a Avignon. Y así, mentira sobre mentira, se va tejiendo la tela de araña que se va cerrando sobre la Orden. Pero seríamos ingenuos si consideráramos que los caballeros eran ajenos a todo lo que se estaba tramando.

Cumplidos los 22 grandes maestres del Temple, (no es casual que el número coincida con los 22 arcanos de Tarot), sabían que su tarea estaba cumplida y que les había llegado su momento. Además, con cerca de quince mil caballeros en toda Europa, dudamos que nadie oyera o supiera nada de las maldades que se traían entre manos los franceses. Cuando se ordena a la Santa Inquisición el arresto de los altos cargos templarios, un 14 de septiembre del Año del Señor de 1307, los freires se entregan sin ofrecer resistencia. ¿Por qué semejantes guerreros se entregarían mansamente, si no es porque era justo lo que debía suceder? Pero lo más curioso es que el dinero que Felipe IV buscaba con tanto anhelo, había desaparecido. ¿Dónde estaba el tesoro?

Los interrogatorios finalizaron con la inculpación, arrancada a fuerza de torturas, de algunos caballeros. Ya lo decía la expresión lanzada por los jueces eclesiásticos: ¡Deus volt¡ ¡Dios lo quiere! Y es que los inquisidores de la Iglesia, sabían, antes que nadie, lo que Dios quería. ¡Vaya si lo sabían! Los que ceden a esas innombrables torturas y admiten las falsas acusaciones, son encarcelados o ejecutados. El que sería el último Gran Maestre, Jacques de Molay, que en ningún momento fue torturado, es encarcelado hasta que el 18 de marzo del Año del Señor de 1314, ingresa en las lenguas de fuego.

Y ocurre lo inesperado. La maldición que lanza el Maestre al monarca y al Papa no deja indiferente a nadie. De Molay asegura desde la pira de leña que le iba a transportar al otro mundo, que el “Santo Padre” moriría en el plazo de cuarenta días, mientras que al “Hermoso” le pronostica un año de vida. Y las manos del destino, por no decir de la venganza templaria, hacen que este vaticinio se cumpla. Si damos crédito a lo que Matilde Asensi describe en su maravillosa novela Iacobus, aceptaremos que tras las infecciones intestinales que condujeron a Clemente V a la muerte, se esconde un envenenamiento. Y en la muerte de Felipe IV mientras practicaba la caza del ciervo, no habría nada de accidente, aunque así lo pareciera.

Sea como fuere, los dos máximos responsables de la disolución de la Orden del Temple, se las vieron de cara en el otro mundo con aquellos que habían ordenado asesinar.

“…pero los caballeros Templarios continuaron en secreto”.

Samael Aun Weor

La Gran Búsqueda

Si mantenemos la hipótesis de que la meta real del Temple no era buscar santos griales, habremos de quedarnos entonces con la otra opción que hemos venido insinuando a lo largo de este trabajo. Aquella que nos muestra a los Templarios como eslabones de una cadena de búsqueda del Conocimiento, que nos trae el eco de pasadas voces. Y tan larga es esa cadena, que nada sabemos con certeza de su inicio, si no fuera porque, al conceder que la misma existe, nos da por pensar que en algún momento debió comenzar. También pensamos que si se dedicaron realmente a encontrar esas reliquias, no fue como una meta en sí misma, sino como parte de ese eslabón que los devuelve al principio de todo.

Todas las tradiciones antiguas hablan de algo que se perdió o que desapareció. Se trata en todos los casos de una alusión al oscurecimiento espiritual, que en virtud de las leyes cíclicas del Universo, sobrevino en el transcurso de la historia de la humanidad. Se trataría pues, de la pérdida de un estado primordial. Por tanto, se requiere de una tradición que reconociendo ese estado, instruya a los aventureros del espíritu en la manera de recuperar aquello que se perdió. Y mira por donde que los inquilinos del Templo de Jerusalén, se hallan buscando un no se qué, que bien podría estar relacionado con ese estado espiritual que corresponde por derecho al ser humano.

Decíamos que los Templarios no consideraban a Jesús como Dios, sino como una persona humana que lo encarnó en su momento. De esto se deduce, que la enseñanza gnóstica que ellos fueron a buscar a Tierra Santa, se centra en la manera práctica de trascender lo humano en nosotros para ir, paulatinamente, dejando cabida en nuestro interior a la divinidad.

¿Entendemos ahora el porqué de su secretismo? ¿Qué otro poder puede ser mayor que ese? ¿Acaso en Egipto, las enseñanzas más elevadas no quedaban fuera del alcance de la mayoría? ¿Acaso los cabalistas hebreos no codificaron las Sagradas Escrituras, para que sólo aquellos que tuvieran ojos para ver y oídos para oír, las pudiesen entender? ¿Acaso Jesús no hablaba a su círculo más íntimo con claridad y transparencia, mientras que a los demás lo hacía en forma de parábolas? Había que poner condicionantes al personal, para que sólo aquellos puros de corazón y pensamiento pudiesen acceder a la Gnosis.

No debe resultar casual, porque en esta historia nada lo es, que los pasos de los monjes-guerreros vengan a andar cerca de donde existen piedras emblemáticas, que indican mucho más de lo que parece a simple vista. Haciendo una retrospección en el tiempo, los encontramos custodiando la Shetiyyah, la Roca que sirvió a la divinidad para trazar el círculo de la Creación y que ahora se halla bajo la mezquita de Omar. También es interesante recordar que en la Kaaba de la Meca se esconde otra Roca (Tawaf) desde donde Mahoma ascendió a los cielos. Jesús participa de este pétreo misterio cuando le dice a Simón, “tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia”. Llegando hasta Moisés, resulta que dejó grabados en Piedra los Diez Mandamientos en las Tablas de la Ley. Y arribamos al Antiguo Egipto, donde a Hermes Trismegisto, el dios Ibis de Toth, también le dio por grabar su mensaje en la Piedra de la Tabla Esmeralda.

¿No son demasiadas “Piedras”? ¿Será coincidencia que los alquimistas medievales también dedicaran sus vidas a buscar precisamente una Piedra Filosofal? ¿Será también coincidencia que el Camino de Santiago, que los Templarios se encargan de promover y utilizar, se halle repleto de extraños signos grabados en Roca? No seremos nosotros quienes tachemos todo esto de casualidades de la historia. Porque no lo son.

Para el Maestro Samael esos secretos tienen mucho que ver con la misteriosa Piedra Shema Hamphoraseh de los hebreos. Y mucho tiene que ver también la piedra Ben Ben que se hallaba en el patio principal del templo de Heliópolis. La Qabbalah y la Alquimia, en amorosa fusión, develan al iniciado los ocultos misterios de la Piedra Santa.

“Inicialmente, el Mercurio (principio volátil) y el Azufre (principio fijo), están prisioneros en la piedra por cincelar, el sexo de la generación de todas las cosas, y como dirían los alquimistas, de esa piedra vil, negra y apestosa (el Mercurio Bruto) debemos partir, y cincelándola inteligentemente edificamos todo el edificio del templo interno.

El sexo es la piedra fundamental del templo, sobre la que Cristo edifica su Iglesia, es Pedro, Patar o la piedra salina de donde el Mercurio debe ser volatizado con el fuego de un amor trascendental.”

Rafael Vargas

Afirmamos, sin temor a equivocarnos, que los caballeros que hoy tratamos, fueron los renovadores del Conocimiento Gnóstico en Occidente, y que de ellos pasó, gracias al buen hacer de San Bernardo, al Gremio de Maestros Constructores de Catedrales. Por eso, se puede encontrar en esos edificios religiosos, si se sabe cómo mirar, todo lo que la Orden extrajo durante sus 194 años de existencia. Dicen los entendidos, que el Pórtico de la Gloria en la Catedral de Santiago de Compostela, contiene buena parte de ese legado gnóstico que tanto esfuerzo despertó en esa buena gente del Temple. Ese mismo Conocimiento propició la aparición de las diversas corrientes filosóficas que inundaron Europa. ¿Alguien puede anhelar riqueza más valiosa?

“La Orden del Temple, civilizó el Occidente europeo “convirtiendo a los siervos en servidores y a los nobles en caballeros”. Junto a los Compañeros Constructores del Camino Jacobeo, los Templarios financiaron la construcción de los grandes edificios góticos, “esas cajas de resonancia telúrica que son las catedrales, cuyo fin era elevar el nivel del hombre medieval, tanto material como espiritualmente”. Así convirtieron gran parte del “Camino de las Estrellas” en una serie de santuarios dedicados a Nuestra Señora, la Virgen Madre.”

Rafael Vargas

Quienes continúen pensando en la existencia de ese supuesto tesoro de oro y plata traído de Oriente y engrosado en Europa gracias a las habilidades de los Templarios en las finanzas, que sigan investigando, porque tal vez terminen dando con él. Pero es muy posible que no exista tal tesoro. Y que fuera otra tapadera más para despertar la codicia ajena y distraer al público. Más bien, ese tesoro se halla dentro de cada cual. Y sólo aquellos dispuestos a sacrificarlo todo por su conquista, llegarán a disfrutar la maravillosa recompensa que se obtiene a medida que uno vislumbra los destellos de ese oro espiritual.

As salâm ‘alay-kum
 Que la Paz sea contigo